Cultura

Chucho Cataño en la conquista de la capital

El artista de Apartadó ha colgado su obra en la galería Docecerocero de la capital de la República y la revista cultural Malpensante, le puso el ojo.

Jesús Cataño Gamboa, el artista de mayor reconocimiento nacional e internacional de Urabá, después del maestro Julio Carlo Angulo, se luce por estos días con su obra invitado por la exigente y prestigiosa galería Docecerocero.

La exposición se realiza en el marco de la Feria Internacional de Arte de Bogotá-ArtBo, que este año celebra su vigésimo aniversario con su acto principal del 26 al 29 de septiembre en Corferias donde también estará exhibida la obra este artista.

La obra de Cataño llamó la atención de la revista Malpensante, un medio especializado en temas culturales y por medio del escritor Daniel Gutiérrez Ardila realizó una amena entrevista la cual publicaremos completa en este espacio, por considerarla de interés general para el mundo cultural, en especial las artes plásticas.

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Los cerros de «Chucho» Cataño

“Chucho” como se le conoce cariñosamente en Urabá, es un disciplinado y consagrado artista, con amplio vuelo en escenarios nacionales e internacionales, hace unos días sorprendió a la comunidad regional cuando organizó y llevó a feliz término un sentido homenaje al maestro Julio Carlo Angulo de San Juan de Urabá, con una exposición colectiva que reunió lo más granado de las artes plásticas de la zona.

La exposición actual está centrada en las montañas, la zona cordillerana de ciudades como Medellín y Bogotá auscultadas por el ojo clínico y las pincelas del artista.

Malpensante

Basta levantar la vista: las series montañosas de Jesús Cataño

Por Daniel Gutiérrez Ardila*

Septiembre- 2024

«Chucho» en su apartamento de Medellín

En dos momentos de su vida, Jesús Cataño ha prestado a las montañas una atención desmesurada, sin parangón en Colombia, al menos en lo que concierne a los artistas. En 2022 pintó durante muchos días algunas de las más características cimas que rodean a Medellín. Fijó así al óleo el cerro El Picacho doscientas cuarenta veces (¡240!), y los llamados Boquerón y Pan de Azúcar siete veces cada uno. Este año de 2024 está realizando un ejercicio similar en Bogotá: desde que lo comenzó en el mes de marzo hasta hoy ha elaborado, ni más ni menos, ciento cincuenta cuadros de Monserrate.

Tenemos entonces una retratística montañosa, más precisamente de las eminencias tutelares de las dos principales ciudades colombianas, y en una como en otra ocasión, disciplinado ejercicio de pintura meteorológica, es decir, estudio paciente de las variaciones que acontecen en torno a nuestras cordilleras.

Buenas compañías durante la aperura de la exposición.

Claro está, las montañas cambian también a su manera, pero suelen tardar tantos años en hacerlo que su transformación supera los términos de la vida humana… a menos que un cataclismo, un gran desastre o la feroz actividad del hombre produzcan súbitamente resultados semejantes a los de las eras geológicas.

En cualquier caso, Jesús Cataño no busca pintar las alteraciones aceleradas en los Andes colombianos, sino la manera en que los meteoros (la luz, las nubes, la lluvia o la neblina) interactúan con ellos. Cada día, varias veces al día –nos dicen estos cuadros–, las montañas ofrecen un aspecto renovado, y nadie plasma mejor esos cambios constantes que el artista. Sin duda, un fotógrafo puede capturar también la emoción pasajera y los sobresaltos que transforman el decorado urbano en paisaje.

Pero hay una diferencia de peso, pues Cataño no se plantea elaborar instantáneas de un rincón determinado del mundo, sino condensar una observación paciente: poner en equilibrio, mediante el artilugio de la composición cromática, la relación fugaz de los elementos atmosféricos con sus montañas. 

Pinceladas en Medellín

Las series

Jesús Cataño se ha visto abocado a construir largas series, porque ninguna tipología (mañana lluviosa, mediodía neblinoso, tarde soleada…) puede dar cuenta de las incontables interacciones de las masas tutelares y los meteoros. El número de elementos que compone cada una es forzosamente alto, por la razón indicada, pero también muy pequeño, porque el conjunto al que apunta el artista es infinito (o casi). Solo así entendemos que el ejercicio pictórico de Cataño tenga la regla de la cotidianidad sucesiva, y que al mismo tiempo corteje el año, lapso de la revolución solar: el artista anuda de este modo la excepcionalidad del momento y las regularidades astronómicas.

Como se ha visto, Cataño no pinta cualquier montaña. Tampoco elige al azar o por razones estéticas alguna cresta específica de los cientos de miles que componen nuestros Andes. Se propone pintar las cumbres más miradas, pero al mismo tiempo menos vistas: esas que enmarcan las principales ciudades del país. Y al hacerlo, llama la atención de los espectadores, porque nos enseña a escrutar la realidad que nos rodea y que devalúa cotidianamente nuestra ignorancia.

Pero Cataño también puebla de historia sus óleos montañeses, porque, así como todos son distintos sin dejar de pertenecer a una serie (representación, al mismo tiempo, del acontecimiento y el ciclo, de la ruptura y la continuidad), así también sus eminencias urbanas expresan una verdad social capturada en el tiempo específico de nuestro devenir.   

Piénsese en la serie de El Picacho. En ella no solo hay nubes, crepúsculos y aguaceros, sino también un barrio popular agarrado a la ladera. Es obvio: esas casas no siempre existieron, su vida es brevísima comparada con la antediluviana existencia del cerro, con la de la ya no tan moza ciudad de Medellín o con ciertos barrios del valle, desde donde, precisamente, escruta esas eminencias el artista.  

¿Y Monserrate? ¿No es el emplazamiento de un santuario colonial? La montaña bogotana es un hito en las alturas que ha concentrado la mirada de muchas generaciones de ciudadanos. Hoy vemos las laderas cubiertas de bosques, cuando durante muchas décadas estuvieron desnudas, enseñando riscos tristes. Son pues verdad coyuntural las agujas de los pinos que tapizan el suelo de Monserrate y suelen encenderse en los ocasos.

«Chucho» de visita al mestro Julio Carlo Angulo, con varios de sus amigos

¿Y no pueden observarse en las pinturas de Cataño el riel del funicular o el cable del teleférico? Ambas son obras humanas y como tales nacieron en una época precisa. Todos constatamos en un pestañeo inconsciente su longevidad, pero el artista de comienzos del siglo XXI las registra como lo hicieron los de las generaciones previas, marcándolas con su impronta personal.  

Montañas tutelares urbanas. Geología y meteorología. Elementos de una serie que son elementos de otra mayor. Instante, ciclo e historia.

Tales son los fundamentos del ejercicio pictórico al que nos convida Jesús Cataño. Pero estos breves apuntes quedarían incompletos si no señalaran otro rasgo distintivo de su obra paisajista múltiple. Las ciudades colombianas de los Andes han nacido y prosperado en medio de un mar de cumbres. Por tanto, su naturaleza es incomprensible si no se consideran al mismo tiempo ese anclaje difícil y el anhelo de sus habitantes por relacionarse con el ancho mundo. ¿No es precisamente el trajín incesante lo que define a una ciudad? Los cuadros de Cataño llevan la mirada a las alturas, es decir, a los confines de la urbe. Si hay allí un santuario, si se discierne perfectamente un barrio de casitas de ladrillo es porque hay caminos que trepando y serpenteando conducen hasta allí.

Nuestros ojos logran en un instante lo que antes tomaba una buena jornada y lo que aún hoy representa un largo desplazamiento en automóvil. La realidad cotidiana de Medellín y Bogotá se impone de manera brutal a sus habitantes, pero basta levantar la vista, nos dice Cataño, para imaginar el campo, para preguntarse por la vida que nos aguarda en otros lugares, a un paso de nuestras viviendas. Mirar hacia el cielo es también preguntarnos por los afanes de quienes nos precedieron y sorprender la nebulosa de sueños de quienes ocuparán nuestro lugar en estos cambiantes escenarios de los Andes.  

CODA: 

Quedan cordialmente invitados a la exposición del artista Jesús Cataño “Notas sobre la construcción de una temporalidad distinta”, inaugurada el 7 de septiembre de 2024 en la Galería Docecerocero (Bogotá, carrera 13# 74-64). ¡Allá nos vemos!

*Daniel Gutiérrez Ardila

Historiador. Especialista en el período independentista colombiano. Ha publicado tres libros sobre su tema de estudio, una historia de los bagres andinos y, en 2024, una obra sobre el proceso político y constituyente de La Regeneración. Docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia.

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