Medios de Comunicación

El periodismo que renuncia a vigilar

Cuando los medios se rinden a intereses políticos o económicos, surge el “vasallaje mediático”: una subordinación que disfraza propaganda, mina la confianza y pone en riesgo la democracia.

Álvaro Duque Soto*/Análisis de la Noticia/razonpublica/El Pregonero del Darién

Detector de humo: contra el desorden informativo: El periodismo que renuncia a vigilar

“Nuestra república y su prensa subirán o caerán juntas”, proclamaba en 1904 Joseph Pulitzer. Ese diagnóstico es aún más pertinente en la actualidad, cuando el periodismo sigue en una crisis de identidad que lo enfrenta a la tentación constante de sustituir su papel vigilante por el de vocero de los poderes que debería cuestionar.

Esa crisis se profundiza en un entorno donde los algoritmos premian la exageración, pocos poderes capturan la agenda y el ruido informativo desplaza la verdad. Este contexto merma la autonomía de los medios: una parte significativa del ecosistema informativo ha pasado de ejercer contrapoder a convertirse en vocero de intereses políticos, económicos o ideológicos.

A esta forma sutil y progresiva de subordinación se le llama vasallaje mediático, concepto que el investigador Peter Benzoni propuso inicialmente para describir relaciones jerárquicas entre medios y Estados, pero que aquí ampliamos para nombrar una dinámica más extendida: aquella en la que los medios, por presión, conveniencia o alineación ideológica, replican y refuerzan los discursos de poder.

Contrario a los modelos clásicos de censura, opera con sutileza: no impide que los medios informen, sino que los orienta –por interés o por necesidad– a amplificar ciertas agendas, silenciar otras y legitimar discursos de poder. Esa servidumbre se normaliza bajo el disfraz del pluralismo. Por eso es una de las formas más insidiosas del desorden informativo (DI).

Más allá de la simple alineación.

Al analizar Telesur, la famosa red financiada por Venezuela, Nicaragua y Cuba, Benzoni planteó que se trata de un “medio vasallo” que, en relaciones jerárquicas complejas, sirve a los intereses de las narrativas de “Estados patrones”, Rusia y China, no porque sean sus propietarios, sino porque hay un beneficio mutuo: los patrones amplían su influencia global y el vasallo gana apoyo político o económico. 

Así, esta red difunde contenidos de los servicios informativos RT (Rusia) y Xinhua (China) en América Latina, presentándolos como alternativas al “imperialismo occidental”, en un proceso llamado “blanqueo de información” que hace que estas narrativas parezcan locales y creíbles.

A diferencia de una simple afinidad editorial, el fenómeno implica presiones concretas: favores económicos (publicidad oficial), amenazas (sanciones legales) o la necesidad de sobrevivir en un mercado competitivo. Esta relación transforma el periodismo en un vehículo de propaganda disfrazada que da prioridad a los intereses del patrón sobre los del público. 

La nueva servidumbre digital

La revolución de las tecnologías de la información ha hecho más complejo el fenómeno. La velocidad, la movilidad, la flexibilidad y la interactividad han modificado la producción informativa y la relación entre periodistas y audiencia, al crear nuevas dimensiones del vasallaje donde narrativas manipuladas se presenten como legítimas. 

Esas dimensiones sobresalen en lo que el economista Yanis Varoufakis llama “tecnofeudalismo”: la era donde las plataformas digitales actúan como nuevos señores feudales que controlan la comunicación. Lo vemos cuando magnates como Elon Musk adquieren plataformas (X, antes Twitter) o Jeff Bezos compra medios (The Washington Post), y ganan así la capacidad de moldear el discurso público, impulsar sus narrativas y usar estos medios como activos estratégicos cuyo poder radica tanto en lo que muestran como en lo que ocultan.

La dependencia de los algoritmos intensifica esta dominación. Surgen nuevas servidumbres donde la calidad cede al “mantra del clic”. Esta dinámica, junto a modelos de negocio insostenibles, expone a los medios a presiones externas. Los que antes garantizaban el interés público ahora buscan audiencias polarizadas con contenidos superficiales o espectaculares (“churnalism”, práctica que prioriza la velocidad sobre el rigor informativo). En este escenario, la subordinación se normaliza: para sobrevivir, muchos adoptan las prioridades de anunciantes, gobiernos o plataformas, con lo que pierden autonomía y minan la confianza ciudadana.

A estas presiones económicas y algorítmicas se suma una dimensión política preocupante. La crisis ética del periodismo contemporáneo lo vuelve cómplice en la difusión de agendas populistas, al dar prioridad a lo comercial sobre lo crítico. Esta situación se agudiza con el auge de regímenes autoritarios de diverso signo, donde la subordinación mediática ya no responde solo a presiones estatales o empresariales, sino a una alianza tácita. Se trata de una “simbiosis mutuamente beneficiosa”: líderes populistas, maestros del espectáculo, generan contenido viral simple y emotivo, y medios enfocados en atraer audiencias a cualquier costo lo amplifican sin cuestionarlo, lo que refuerza un ciclo vicioso.

Servilismos diversos, lógicas comunes

El vasallaje mediático no adopta una única forma, pero en todos los casos implica una pérdida de autonomía editorial donde las agendas informativas se subordinan a intereses externos. 

En Argentina, el caso Milei-Clarín muestra un “servilismo inestable”. Durante la campaña, Clarín brindó una cobertura favorable al entonces candidato libertario, quien a su vez evitaba criticar al conglomerado. Sin embargo, una vez en el poder, Milei pasó a atacar con fuerza al medio, tildándolo de parte de la “casta”. El grupo mediático hizo lo propio, luego de estar en juego una licitación en la que tenía intereses, para dejar ver que su agenda no era por convicción editorial, sino por conveniencias.

En México, los Televisa Leaks han revelado un caso de “sumisión mercenaria”, en el que medios como Televisa habrían recibido pagos públicos por difundir propaganda disfrazada de noticia, una subordinación basada en contratos y no en ideología. 

A este panorama se suma el riesgo de una “dominación institucionalizada” si prospera la reforma a la Ley de Telecomunicaciones y radiodifusión, impulsada por el gobierno de Claudia Sheinbaum, que incluye la eliminación del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), órgano autónomo clave para garantizar la regulación imparcial del sector.

En esta breve cartografía de dependencias mediáticas por supuesto que está Colombia, donde la gran concentración de propiedad –más del 60% de los medios en manos de cuatro grupos económicos– coexiste con recientes transformaciones controvertidas de los espacios públicos y comunitarios. Estos últimos, que deberían constituirse en verdaderos espacios de pluralismo, han reproducido lógicas clientelistas o partidistas, con lo que pierden su independencia editorial y se desconectan de las necesidades informativas de la ciudadanía.

El precio del vasallaje

Esta dinámica tiene consecuencias profundas para la democracia. En lugar de fomentar una ciudadanía deliberativa e informada, muchos medios terminan alimentando la polarización, simplificando la realidad hasta volverla irreconocible y amplificando narrativas diseñadas para manipular emocionalmente. 

En nuestro país, cuando muchos medios corporativos optan por reforzar sesgos ideológicos en vez de vigilar al poder, se convierten en instrumentos de legitimación de intereses particulares. Estas prácticas, que el académico Germán Ayala identifica como cuatro “enfermedades del oficio” –autocensura, farandulización, desprecio por la deontología y conversión del periodista en actor político–, se combinan con la precariedad laboral documentada por la Fundación para la Libertad de Prensa /FLIP): el 41 % de los periodistas colombianos admiten autocensurarse por temor a perder pauta.

En este ecosistema debilitado, el servilismo no siempre se impone directamente. La presión económica empuja a muchos a repetir boletines oficiales, preferir la viralidad sobre el contexto, o amplificar contenidos sin verificación, estableciendo rutinas de supervivencia que socavan la función social del periodismo.

Estas prácticas no son meramente fallas individuales, sino el resultado de condicionantes estructurales que limitan la autonomía informativa. Edward S. Herman y Noam Chomsky ya habían identificado estos filtros sistémicos en Los guardianes de la libertad. El profesor Ramón Reig los sintetizó en las cinco P: Propiedad, Publicidad, Política, Producción y Públicos. (Ver gráfico cinco P que moldean la información mediática).

Recuperar el sentido del periodismo

Reducido erróneamente a corporaciones mediáticas, suplantado por pseudoperiodistas y paraperiodistas, blanco de ataques de líderes populistas y ensartado en sus propios errores, el periodismo ha perdido parte de su capacidad para comunicar a la sociedad su función vital para la democracia. Resulta paradójico que, en medio de una abundancia informativa que no garantiza comprensión, muchas personas lo subestiman y confunden la libertad de opinar con el derecho a estar bien informados, sin advertir que no toda opinión mejora el debate público ni sustenta decisiones colectivas informadas.

El sentido profundo del periodismo va más allá de generar rentabilidad o de aspiraciones mesiánicas que pretenden redimir el mundo desde las redacciones. Su papel, aunque limitado, es fundamental: verificar los hechos, iluminar zonas oscuras de los poderes públicos y fácticos, y ofrecer interpretaciones que permitan pensar con mayor claridad. En ese esfuerzo, los periodistas construyen una memoria común que la sociedad debe reconocer y activar.

Pero esta tarea resulta inviable cuando el periodismo sucumbe a la servidumbre y sacrifica su autonomía ante gobiernos, corporaciones o plataformas.

Es urgente, por tanto, replantear su propósito: desligarse de la subordinación y la tiranía de las métricas de engagement, buscar modelos de financiación diversificados y recuperar una relación crítica y colaborativa con los públicos. La autonomía editorial y una ciudadanía con herramientas para entender los medios son pasos necesarios para recuperar la confianza y frenar el desorden informativo. (Ver gráfico Estrategias de resistencia contra el vasallaje mediático).

Se requiere también un cambio de enfoque profesional: menos narradores omniscientes y más espacios para la participación activa de la audiencia en la agenda informativa. Esto ayudaría a superar la inmediatez sin contexto y la superficialidad, para recuperar el periodismo como contrapeso ético y garante del pluralismo en tiempos de incertidumbre.

El Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo) sirve para recordar que la función principal del periodismo hoy es conectar hechos, interpretarlos y darles sentido, especialmente cuando el vasallaje mediático, a menudo disfrazado de normalidad, agrava la confusión. Identificar estas relaciones de subordinación es tarea de todos. No basta con apoyar medios críticos; es imperioso fomentar una ciudadanía capaz de distinguir información de influencia, periodismo de propaganda. Sólo así podemos validar lo que Pulitzer intuía: el mayor riesgo no es solo perder la prensa libre, sino una sociedad incapaz de reconocer cuándo está siendo manipulada.

En la próxima entrega nos referiremos a la desinformación con fines de estafa: Cómo usan la imagen de figuras públicas para vaciar nuestros bolsillos, la intersección entre capitalismo sin fronteras, tecnología digital y manipulación del debate público.

Álvaro Duque Soto

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. | @alduque

Wilmar Jaramillo Velásquez

Comunicador Social Periodista. Con más de treinta años de experiencia en medios de comunicación, 25 de ellos en la región de Urabá. Egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano
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