Homenaje póstumo a Juan Arturo Gómez Tobón
“Cantemos a la virtud en nuestros himnos mejores, pues ese es el único honor que aproxima los hombres a los inmortales. Las bellas acciones perecen cuando se hace silencio en torno a ellas.”
Presbítero Manuel Gregorio Paternina Álvarez/Especial para El Pregonero del Darién
Publicamos esta sentida nota como homenaje al periodista, Juan Arturo Gómez Tobón, fallecido en la madrugada de este lunes, escrita por el sacerdote Manuel Gregorio Paternina Álvarez.
, / “Corazones partidos yo no los quiero. /
/Yo cuando doy el mío, lo doy entero ay,ay,ay,ayay.»/
Con este sublime verso de los Chalchaleros iniciemos este excursus brevísimo sobre la vida desbordada de nuestro amigo Juan Arturo Gómez Tobón, el hombre que en su existencia proactiva jamás conoció las medias tintas, ignoraba la prudencia al hablar porque lo movía, no el corazón que es romántico, sino el hígado que es biliar, visceral, sanguíneo. Nadie entre nosotros iguala su capacidad de conmoción ante la injusticia. Juan Arturo es el modelo de la misericordia, tal cual nos la presenta San Lucas 15, con la parábola del Hijo pródigo o mejor, del Padre Misericordioso:
“El padre lo vio de lejos y sintió que sus entrañas se movían. Es un verbo extraño, en griego es esplancknice, (o también, splankhna) es el verbo que indica profundo amor visceral, típicamente maternal y el mismo verbo que caracteriza la actitud del samaritano que ayuda al hombre que se ha topado con ladrones (cf Lc 10,25-37); es la actitud de Jesús que se encuentra con la viuda en el funeral de su único hijo (cf Lc 7,11-17), es la misericordia de Dios que se mueve hacia el hombre. El padre misericordioso sale y lo recibe, lo abraza, lo reintegra a la dignidad de hijo con elementos simbólicos: le hace llevar el primer traje –así dice literalmente el texto griego– es el vestido de la dignidad primitiva” (El Evangelio según San Lucas Parte 10. Conversión y Salvación Videos por el Fr Claudio 7Doglio).
Ese amor visceral por el desvalido era lo que impulsaba a la acción inmediata a nuestro Juan Arturo. Las causas justas lo desvelaban a tal grado que por defenderlas a capa y espada jamás se dejó paralizar por el miedo, ni el respeto humano anidó en su intrépido corazón valiente.
Debido a su desmedida capacidad de sentir el dolor ajeno se arriesgaba de tal manera que todos temíamos por su integridad física no sólo por los callos que pisaba siempre, sino porque se lanzaba a aventuras de altísima complejidad, peligros inminentes de perecer en ellas, tales como acompañar muchas veces a migrantes en la travesía de la ruta de la muerte por el inhóspito Darién colombopanameño, cuyo siniestro mapa ya se sabría de memoria.
Su hijo, Gabriel, lo encontró una vez desangrándose a raudales en la ducha luego de haber vuelto de la travesía de la ruta de la muerte. Las escenas inenarrables que vieron sus sensibles pupilas excedieron su capacidad de asimilación y sus vísceras se reventaron, o sea splankhna. Hubiese muerto allí de anemia aguda, emulando a su maestro, Jesús de Nazareth, al derramar gota a gota todo su humanitario torrente sanguíneo. Ese es el Amor uterino de Dios en la Biblia. Por eso ¿quién podría dudar de su fe si es tan parecida a lo dicho en Santiago 2,18: “Pruébame tu fe sin obras. ¿Que yo con mis obras te probaré mi fe?”
Durante la pandemia arremetía contra todo. Su actuar era hormonal al cien, hasta el punto de convertirlo en grosero, Irreverente, hiriente. Aunque padeciendo por la carencia de recursos durante el confinamiento, rechazó con vehemencia cualquier ayuda de la administración municipal de Apartadó porque su experto olfato canino de cazador adiestrado en las artes de desenmascarar las intenciones ocultas bajo el ropaje de la pseudocaridad, lo hacían detectar lazos capaces de encadenar su palabra de denuncia al mejor estilo de los profetas bíblicos de la justicia social.
Gallardo en su liderazgo sin par, semejaba a Perseo transitando orondo por el Laberinto de Dédalo en la misteriosa Isla de Creta tras el rastro maldito del Minotauro devorador de hombres y mujeres en la flor de su juventud, cual, si contara con el prodigioso hilo que Arianna donó al mítico héroe griego de la leyenda, porque nadie como él en el conocimiento de todo el tejemaneje del drama de los Migrantes transcontinentales. Conocía al dedillo todos los protocolos, además de los contactos indispensables para poder acceder a ese inframundo que incluso sobrepasa las escenas dantescas narradas en la Divina Comedia del florentino.
Quizás nadie adivinó cuáles eran las motivaciones que lo catapultaron a estudiar periodismo a la edad de la jubilación de todo profesional.
Me vienen a la memoria unos versos de los Zuleta Díaz para ejemplificar su conducta de entonces:
“No más que me estoy llenando de requisitos y a las catorce ventanas lo vo’a a manda’’(Bis)
(las 14 ventanas es una metáfora de la cárcel, refiriéndose al Liceo Celedón de Santa Marta, considerado cárcel por los estudiantes afuerinos que debían estudiar allí).
Porque cuando lo vimos ejercer su periodismo con el ahínco y la reciedumbre sin precedentes en tiempos calamitosos, supimos que era eso lo que él veía y por por ello fue a buscar las herramientas adecuadas para afrontar con altura científica su oficio o mejor, su ministerio en favor de los menos favorecidos, de los sometidos a toda clase de vejámenes sin cuento por parte de quienes tienen los deberes constitucionales de proteger según el derecho internacional humanitario y el sentido de la dignidad humana.
Ese libro, Migrantes de Otros Mundos es el testimonio inigualable de su amor por los migrantes, de los que siempre fue su ángel guardián.
Su acendrado amor por las gentes del Caribe Colombiano, que lo llevó a declararse costeño y no paisa, nos hace evocar la hazaña de Vasco Núñez de Balboa cuando enamorado por la idiosincrasia sin par que vio en los nativos del nuevo continente según los europeos, renunció a su nacionalidad española para asimilar la propia de los aborígenes considerados no humanos por la Corona.
Su partida repentina nos trasciende nuestra capacidad de asimilación dejándonos en la estupefacción más anónima.
Para quien les traza estas líneas ha sido una noticia de aturdimiento portando un abismo de inquietantes profundidades amenazantes, que atraen a sus oscuros fondos de ansiedad, porque llega de improviso, sin haberle dado la posibilidad de una despedida, mucho menos de un momento adecuado de expresarle toda la admiración que se fue fraguado con el pasar de los días mientras él iba urdiendo diestro su testimonio nítido de amor por las causas justas con un desparpajo alienante.
Se parece su gesta al pergamino 10 de Og Mandino en El Vendedor Más Grande del Mundo:
“Haré del amor mi arma más poderosa, y nadie podrá resistirla; podrán contradecir mi razonamiento, desconfiar de mis discursos, desaprobar mi modo de vestir, pero mi amor, irradiará calor en sus corazones.”
Juan Arturo se nos fue dejándonos sin las claves de lectura de la realidad migratoria; sin el traspaso a alguien de sus secretos indispensables para continuar esa labor humanitaria que no debe tener respiro en tanto se sigan produciendo estos fenómenos ante la indolencia de los gobiernos internacionales de turno. Rayamos en el ambiente de la Iglesia Primitiva cuando se extinguió el último cristiano poseedor de las claves hermenéuticas para leer con esperanza el Apocalipsis. Roguemos porque Dios Providente suscite otro hombre revestido con la fuerza y el poder de Juan Arturo. Porque de lo contrario, igual que el mensaje cifrado del último libro de Las Sagradas Escrituras, habiendo dejado de ser esperanza cierta, se convirtió desde entonces en fuente de especulaciones malsanas que causan miedo cuando deberían alentar nuestra Esperanza confiada.
Por eso, y vuelvo a emplear en este relato la panegírica invitación de Píndaro, el príncipe de los líricos griegos:
“Cantemos a la virtud en nuestros himnos mejores, pues ese es el único honor que aproxima los hombres a los inmortales. Las bellas acciones perecen cuando se hace silencio en torno a ellas.”
San Pedro de Urabá, 20 de enero de 2025