Opinión

No crecer dentro del error

Aceptamos que en el país la tierra fértil aún esté cercada e improductiva y que los latifundios se hereden de generación en generación y que al lado medren los campesinos pobres y desplazados.

Nos hemos acostumbrado a vivir en el error, y lo que es peor, a crecer en él.  Nos encantan las gaseosas y las bebidas carbonatadas, sabiendo que son veneno, también todas las chucherías fabricadas con celulosa, grasas saturadas, colorantes y aditivos químicos: Chitos, Gudis, Papitas, Doritos, Choquis, Boliquesos. Seguimos fumando a pesar del riesgo de cáncer y enfermedades pulmonares obstructivas. Cigarrillos de todas las marcas, aunque desde hace pocos años lleven en sus cajetillas el rótulo del peligro que representan; antes fumábamos en cine, en los aviones y hasta nos dábamos besos con la novia mientras botábamos la bocanada. Es que era un signo de elegancia y libertad impuesto por el cine y la costumbre norteamericana: el hombre Marlboro, bienvenidos al “Mundo de super lujo” de Kent, Paxton o Lucky Strike el cigarrillo de los valientes, de los intrépidos. Y otra cosa, ahora cuando ya sabemos del riesgo de extinción del género humano -algo que parece no importarnos- continuamos comprando carros con motores de combustión interna, verdaderas máquinas quemadoras de petróleo y nos endeudamos por tener el último modelo y el más bonito, mejor un Híbrido, ¡¡¡a base de Gas!!  peor.

Aceptamos que en el país la tierra fértil aún esté cercada e improductiva y que los latifundios se hereden de generación en generación y que al lado medren los campesinos pobres y desplazados, por aquello de que así están enseñados y que siempre “habrá pobres entre vosotros”. Normal, no vemos ningún problema, así fue y así será. El error como escuela del proceder que lleva a la pobreza y al subdesarrollo. Alguien dice “trabajar y trabajar, menos horas de sueño, recortar vacaciones, madrugar más y pagar el recargo nocturno a partir de las nueve de la noche”. Nos parece normal. Nadie chista, nadie se opone, así debe ser. Todos los medios de comunicación lo apoyan y nos acostumbramos a que esas medidas son justas y eficaces. También suprimiendo la retroactividad a las cesantías. No hay problema, el trabajador entenderá.

Pensamos que la guerra no es con “nosotros”, “eso es por allá lejos”, manden a los soldados, invadan, arrasen, quemen, bombardeen, asperjen y acaben con todo, con las aguas, con los campesinos, échenle bala a todos, que todos son guerrilleros… Normal, no hay problema. Como todos vivimos sabroso en nuestras casas y apartamentos, allá ellos. Queremos asperjar con glifosato y los únicos que se van a morir son los micos y las culebras, normal. Hágalo. Que en Jericó están poniendo mucho problema para convertir el pueblo en un campamento minero, entonces trasládenlo, pero no pierdan todo ese platal, “puro desarrollo”, normal, acabemos con Jericó y convirtámoslo en un jardín de desechos tóxicos y cantinas. ¡Adelante! Así debe ser.

¿Que lo mejor de un buen colegio es que el muchacho memorice y recite las lecciones y aprenda álgebra, geometría, cálculo, física y química sin que le guste y sin saber de qué se trata? Con tal de ganar el examen y que a la semana se le olvide, no importa. Es normal. ¿Que lo más lindo es parecerme a tal actriz y ponerme prótesis en los senos, en las caderas e infiltrarme los labios? Normal, que pereza ser pechiplana y no gustarle a ningún hombre. Normal.

Hemos estados sumidos en el error, hemos estado en contravía de las leyes naturales, nos hemos hecho daño a nosotros y al planeta y la conciencia consumista de un neoliberalismo corrosivo que ya llega a su etapa neofascista, promulgando ideas supremacistas, xenofóbicas y segregacionistas, es la consigna y nos debe retraer a asumir una actitud ante la vida, el país y el mundo completamente distinta, sencilla, más simple y amorosa: procurar una buena alimentación y una educación hacia la libertad promoviendo valores de solidaridad y compasión, también la adecuación de nuevas tecnologías que velen por la dignidad. Una eficiente planeación de la dinámica urbana se hace necesaria, la implementación del diálogo cordial, el ahuyentar la ideología de la muerte, preservar el agua y el poder del campo como despensa alimenticia, estimular proyectos que faciliten la movilidad y el comercio de bienes necesarios, pero no de baratijas y cachivaches para falsas necesidades creadas por afanes sin fundamento vital. En fin, patrocinar un mundo de amor y respeto por el otro.

¿Es muy difícil, muy utópico?

Si no damos el primer paso, la vida será muy aburridora y enfermedades como el cáncer, la depresión, la diabetes, la hipertensión, la artritis y las neurosis, prevalecerán entre nosotros como un estigma de los últimos tiempos.

Aún estamos a tiempo.

Wilmar Jaramillo Velásquez

Comunicador Social Periodista. Con más de treinta años de experiencia en medios de comunicación, 25 de ellos en la región de Urabá. Egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

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