Opinión

Últimos dos años

A pesar del freno impuesto, el gobierno está comprometido de manera decidida a salvar el país con la ayuda de quienes ya entendieron que el presidente no es ningún Castrochavista.

Juán Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién

-Ahora o nunca-

Otro presidente actuaría muy distinto al conocer todas las dificultades y trampas que se oponen a sus proyectos, pues además de lidiar con una oposición mañosa, vociferante y grosera, la Corte Constitucional y el Concejo de Estado, los declaran inconstitucionales sin dar una explicación acorde.

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Si fuera otro presidente, comprometido en honrar su compromiso con el electorado, hubiera dado curso por decreto a las reformas planteadas, pero Gustavo Petro es un demócrata y prefiere la transparencia y la fogosidad del debate.

Medidas que se pretendían tomar dentro de un estado de calamidad social en la Guajira -donde los pobres se mueren de hambre y sed al lado de la mina de carbón más grande de América propiedad de una sola persona-, fueron decretadas como inconstitucionales, también la pretendida potestad de dirimir las altas cuotas en los servicios públicos, aunada a la supresión de los aportes de las regalías y el consentimiento de las exenciones a las multinacionales mineras. Todos estos desmanes jurídicos emanados de dos instituciones politizadas y secundadas por una Procuraduría corrupta y afecta a los intereses de grandes cacicazgos paramilitares, conforman un escenario de venenosa cizaña donde sólo se impone la permisividad para que grupos de políticos corruptos se sigan tomando para sí las arcas del Estado.

Como dice el presidente, Colombia cambió la justicia por la sangre. La sociedad permitió que una sola clase de privilegiados se quedara con los recursos y los feriara al mejor postor, de igual manera que se tomaran para sí la tierra con el sólo propósito de valorizarla y matar de hambre al campesino. A la sociedad colombiana no le importó que el campesino fuera un eterno mendigo arrodillado ante la alambrada del latifundio.

La corrupción, como producto de nuestro inconsciente delincuencial colectivo producto del narcotráfico, envenenó la política y ha dado al traste con la confianza que muchos electores tenían puesta en los propósitos del gobierno. Pero una cosa sí es cierta, se pueden caer todos los tronos a su lado, y la figura de este presidente, luchador social, político y filósofo, aún se yergue por encima de sus dificultades, sus temores y su soledad. Creemos firmemente, como también lo hacen sus nuevos ministros, en su compromiso por un nuevo país. Los retos son inmensos luego de poner al descubierto todo el caos fiscal en el que nos sumió el gobierno de Iván Duque y su perversa proyección para los próximos años toda vez que los recursos se invertirían en obras que favorecen los negocios de unos cuantos con el Estado.

A pesar del freno impuesto, el gobierno está comprometido de manera decidida a salvar el país con la ayuda de quienes ya entendieron que el presidente no es ningún Castrochavista con la pretensión de perpetuarse en el poder. El nuevo ministro del interior así lo ha entendido, y este liberal con gesto patriótico, supo que la única opción de vivir en un país viable radica en dar curso al Plan Nacional de Desarrollo del actual gobierno, y no en el planteado por Iván  Duque, puesto que el compromiso es volver al núcleo central que fue olvidado: el campesino y el  pequeño comerciante, el cuidado del agua, los recursos naturales, la reconstrucción del tejido social  y las inobjetables reformas a la justicia, al sistema de salud y tal vez la más urgente, la reforma agraria.

Como complemento a su lucha, emprende ahora el presidente la labor de informar al mundo toda la barbarie en la que se sumió a Colombia para pedir a los poderosos que entiendan que la calamidad económica que dejo el gobierno de Duque tiene que ser atenuada por el intercambio en acción climática estimulando la protección de la amazonia como la gran esponja productora de agua y captadora de dióxido de carbono. Suena extraño, pero de no contener la deforestación – que en este gobierno ha disminuido en un 30%- la humanidad se vería abocada a una crisis ambiental irremediable.

La precariedad fiscal heredada del anterior gobierno y el crecimiento casi impagable de la deuda por medidas crediticias desbordadas durante la pandemia para fortalecer el sector financiero o el haberse gastado los dineros del fondo de estabilización de los combustibles, la condonación al Estado de la deuda de 25 billones de las EPS a los hospitales, y en total créditos impagables sin contar el último tomado en 2021 por 5.000 millones de dólares pagaderos a dos años, no dejan margen para la inversión social con el correspondiente freno a la economía y como reflejo la disminución en la inversión extranjera y el peligro de ser condenados por las entidades crediticias internacionales. En este aspecto la labor del ministro de hacienda ha sido valiente logrando pactar a largo plazo el pago de la deuda evitando así el freno a la inversión social.

Colombia requiere un cambio y el propósito social demócrata de nuestro presidente es llevar al país hacia el desarrollo dentro de un proceso de paz para lo cual requiere aprobar leyes en el Congreso conducentes a honrar el Acuerdo con un grupo subversivo que simboliza el resultado de todo un tiempo de injusticia e inequidad que degeneró en una guerra perdida que muchos quieren reactivar para continuar enriqueciéndose y sepultar en la precariedad y la exclusión, a los que siempre han considerado sus esclavos- los campesinos- así crean que con medidas caritativas o endebles posturas de consideración social, laven el pecado.

Se inicia la segunda mitad de un gobierno lleno de dificultades y traiciones que eran de esperar, de corrupción y amenazas de un Golpe de Estado. Muchos nos hemos sorprendido por la consolidación de un líder político como Gustavo Petro, luchador, estudioso y comprometido por la redención de los más pobres en un país que quiere conducir por la senda del desarrollo aprovechando sus grandes ventajas en recursos y situación geográfica. Pero ¿de qué nos ha servido tener costas en los dos océanos sino hemos sabido aprovecharlas? ¿Es más, si nos situamos en la entraña de las montañas haciendo referencia al saqueo de los invasores españoles? ¿Por qué permitimos que una casta de poetas e ineptos gobernantes sin conciencia nacional cedieran el istmo de Panamá a los Estados Unidos? ¿Por qué nueve guerras civiles en el SXIX defendiendo una terrateniencia improductiva? ¿Por qué la misma tendencia en el SXX donde se mataron los vecinos sin saber la causa? ¿Para qué seguir en guerras fratricidas defendiendo un negocio que como el narcotráfico nos quiere condenar a seguir matándonos?

¡Es tiempo de crear un nuevo país! De no ser así, una mediocridad llena de distractores nos seguirá gobernando perpetuando la inequidad y la guerra.

Es ahora o nunca.

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