Opinión

La guerra social demócrata

Es una guerra de razones y amor por Colombia, no la guerra sucia de masacres y componendas de jueces, notarios y políticos corruptos.

Juán Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién

Con el escándalo de la UNGRD sentimos que se nos acaban las esperanzas. No sabemos si lo que dice Olmedo López es cierto o es mera manipulación a los medios para que la Fiscalía le brinde el principio de oportunidad. Lo cierto es que la imagen de mártir que le quiso dar Vicky Dávila es falsa, y él tanto como el tal Snyder, son unos vulgares ladrones que deben parar en la cárcel previa entrega y delación de los dineros robados.

Ya se sabe que gran parte de esos recursos fueron a parar a Girón de donde Pinilla es oriundo y tiene sus amigotes. No hay que tener consideración con los saqueadores, así hagan pucheros y lloren ante las cámaras y los micrófonos, y si el ministro Velasco estuvo dándole órdenes en el tal cónclave, y si la presidente también sabia, que vayan preparando la renuncia. Así de simple: la corrupción es el peor de los delitos y de ahí al asesinato, solo hay un trecho.

Se va creando un velo malsano de protagonismo en el interior de los colaboradores más cercanos: Benedetti que no entendemos por qué no responde ante la justicia, Roy Barreras, Nicolás, Sarabia, Verónica, -ya más aplacada-, todo ese acúmulo de supuestos desmadres administrativos y de corrupción de niñeras, bolsas, videos, tulas, audios y escándalos.

 De otra parte, la labor del presidente ha sido descomunal y ya por fin se ven realizaciones y los logros empiezan a ser disfrutados por los beneficiados.

El Departamento de Protección Social bajo el comando de Gustavo Bolívar ya identificó más de cien “elefantes blancos” y el compromiso es el terminarlos cuanto antes. Así mismo la Sociedad de Activos Especiales SAE continúa con máxima eficiencia la entrega de predios en consonancia con la reforma agraria que luego de mil obstáculos sigue entregando tierra fértil a las comunidades.

A pesar de la tragedia de la corrupción, que en gobiernos pasados se robaba 55 billones – ya hablan de 70-, el gobierno del cambio da resultados luchando contra la desinformación que pinta un paisaje desolado, en donde se muestra a una Ecopetrol falsamente quebrada,  un país postrado en lugar de fortalecer la esperanza que se consolida con logros palpables en inversión extranjera y obras como la gran institución educativa de Timbiquí o la construcción de acueductos, colegios, hospitales y centros de salud en la Guajira y en otras zonas apartadas y clásicamente olvidadas.

Los avances en transición energética (Hidrógeno verde, grandes campos de energía solar y eólica, proyectos de biomasa) son evidentes, así como el apoyo tecnológico y de créditos a campesinos beneficiados de la reforma agraria. La lucha contra el contrabando y el narcotráfico es feroz, con grandes incautaciones y capturas, tal vez esa sea la causa de la reducción en la construcción que depende en un 40% del lavado de activos.

Se ha llegado al punto más álgido de la contradicción, aquel en el que ya todo se define y los implicados sacan a relucir sus armas. La principal, -que ya se agota en las palabras calculadas de un acusado en los tribunales-: la manipulación y el miedo, las pataletas de ahogado ante la posible condena y su insinuación – incluso en el ámbito de las universidades privadas- de la posibilidad de un golpe militar.

La saña con que los medios atacan es sorprendente, y ante los ojos escrutadores de quienes conocen la historia, es prácticamente ridícula, pues los anima una animadversión sin bases, sólo por unos indicadores muchas veces falseados o basados en cifras que únicamente afectan a los detentadores del negocio con el erario. El ejemplo más claro es el de Ecopetrol, cuyos informes se basan en los precios fluctuantes del petróleo y la poca demanda que ya se empieza a sentir en el ámbito internacional (Ver informe del senador Wilson Arias en Estrato Medio, YouTube)

Produce un inmenso placer y orgullo escuchar los informes de los diferentes ministerios entre ellos los de Agricultura, Vivienda, Ciencia Tecnología y Educación bajo el mando de tres mujeres competentes y aguerridas. También el ministerio de minas y la fortaleza del ministro de salud lleno de dificultades ante la transición de un modelo que, incluso después de treinta años de haberse implementado, degeneró en corrupción y cierre de cien EPS.

De sopetón y a quemarropa, los medios de comunicación crucifican al actual gobierno a sabiendas de la corrupción y torpeza administrativa heredada de los anteriores. Los audios de la madre del presidente Duque apodada “La Madrina” son escandalosos al ofrecerle 28.000 predios de la SAE para que “escoga el que más le guste”; las realizaciones del ministerio de comercio y turismo, la reactivación de la economía popular, las cifras que hablan de una producción agrícola en las miles de hectáreas que benefician a los campesinos, el control de la inflación, el sostenido precio del dólar, el aumento del turismo en un 40% y la inversión extranjera con el aval de los Estados Unidos, dan buena cuenta de los buenos resultados de la gestión internacional del presidente.

La labor de un gobierno inclusivo con un pensamiento político moderno y progresista de gran proyección internacional, valiente y consecuente con una nueva visión de la vida, se está imponiendo en una hasta ahora oculta generación de colombianos que ya ven el porvenir con ojos de esperanza.

El discurso del presidente es agresivo y contundente, como lo son los ataques contra él y su gobierno. La realidad está expuesta y no puede ser más pútrida: la corrupción, el delito y el despojo disfrazado de desarrollo y generosidad.

La máscara cruel que oculta unos vampiros codiciosos y violentos que exprimen, manipulan y asesinan sin consideración: 450.000 víctimas registradas, 7 millones de hectáreas despojadas y 9 millones de campesinos desplazados viviendo del rebusque y de la economía derivada del lavado de activos y del microtráfico barrial, dan contexto a un fenómeno complementario al estado de prosperidad de unas élites que alimentadas por el saqueo del erario, florecieron a expensas de sus negocios con los derechos básicos del ciudadano y en el fragor rentístico de la entrega de los recursos fósiles, carbón y petróleo. Ni hablar de la cocaína.

Una guerra social demócrata se ha declarado contra los saqueadores del país. Es una guerra de razones y amor por Colombia, no la guerra sucia de masacres y componendas de jueces, notarios y políticos corruptos.

El amor por la patria se impone. Pero no el amor a una “patria” para unos. No, es el amor a una patria para todos… y todas.

Wilmar Jaramillo Velásquez

Comunicador Social Periodista. Con más de treinta años de experiencia en medios de comunicación, 25 de ellos en la región de Urabá. Egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

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