Rebelde o revolucionario
Petro es un revolucionario antes de ser un rebelde. El revolucionario hace lo imposible por cambiar las estructuras, por generar un nuevo estado de cosas, el rebelde simplemente se rebela y dileta.
Juan Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién
El presidente también es un símbolo, un estandarte y la puesta internacional de un sentimiento y una actitud. Es evidente que su poder no destruirá a EEUU, ni atormentará mucho a Trump, ni tampoco hará decrecer las ganancias de Elon Musk, pero si despertará ante la comunidad de países un actitud contestataria y crítica contra la agresividad del imperio y por ende contra los intereses de las élites locales que gobiernan de la mano de su poder.
Petro es un revolucionario antes de ser un rebelde. El revolucionario hace lo imposible por cambiar las estructuras, por generar un nuevo estado de cosas, el rebelde simplemente se rebela y dileta. A Petro le tocó ser revolucionario y no dejará de serlo, se hará matar si es necesario, pues está convencido y tiene la «peligrosa» certeza de la necesidad de su objetivo y es flexible en sus procesos o métodos para lograrlo, y va paso a paso, de etapa en etapa, evaluando y escogiendo a quienes siguen su pensamiento y su propósito de cambio, siempre con la mira del desarrollo del país favoreciendo a los más pobres, promoviendo su inclusión, cuidando la geografía y los recursos, y facilitándole a los empresarios y a los poderosos sus negocios dependiendo del carácter y proyección social. Eso lo tenemos que entender. Y sus exigencias no son «porque sí», «porque yo soy el más inteligente, el que manda y el único que tiene razón» etc., No, es convocando y exigiendo -con mano dura y de frente al país-, a un equipo de trabajo comprometido que en las diferentes etapas de su administración, trabaje y tenga la fuerza y el conocimiento necesarios para ir hasta el final, a la par de que dispone de los mecanismos y los protagonistas para el llamado «trabajo sucio» tan importante en toda escena política, más en la colombiana, corrupta y conflictiva. Los ejemplos son muchos y su administración tampoco está exenta de ciertos exabruptos que acepta, denuncia y reprime. Alguien dirá que es una actitud ambivalente, pero no, es simplemente aceptar la condición ética de los políticos, máxime si hay un parlamento que bloquea y dificulta el debate y la aprobación de las reformas prometidas.
Eso de que «mientras el presidente está de rumba el país se derrumba» es mero cliché, un lugar común de unos medios de comunicación y unos bocones alharacudos enseñados a medianías para manipular en una seudomoral llena de conveniencias políticas, la opinión pública.
Y otra cosa a manera de colofón: el escándalo del tal Pitufo es para que no se hable de las maromas que usa el acusado expresidente para evadir la justicia, más ahora cuando los gritos de las víctimas de la Escombrera resuenan por todo el mundo.
Recordemos que a Donald Trump lo declararon culpable de 34 delitos y él muy campante…