Opinión

Una Grancolombia en paz

Nos dejamos quitar el negocio- sólo quedamos como “cocineros” y cultivadores- como también el de la marihuana prácticamente en manos de trasnacionales canadienses y europeas.

Juan Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién

Se ha llegado a la agudización de una crisis que estaba siendo postergada, mientras Colombia se fracturaba en varios países, de los cuales sólo uno era viable, y los otros, como las ramas de un árbol seco, morían.

La guerra se ha tomado la Colombia profunda y las guerrillas narcotraficantes no aceptaron las condiciones de rendición y sometimiento que les impuso el gobierno. Se niegan drásticamente a abandonar el negocio, incluso entre ellas combaten teniendo a la población inerme que vive a sus expensas de carne de cañón, y a la juventud sin esperanzas, expuesta a ser reclutada o a abandonar los campos para engrosar los cordones de miseria en las ciudades. Ni la reforma agraria que incentiva el gobierno con la entrega de casi 500.000 hectáreas de tierra fértil a los campesinos desplazados, y la reactivación de la agricultura, podrá sofocar la destrucción que produce la guerra.

La lucha contra la guerrilla es una guerra perdida. Muchos creen que son ejércitos susceptibles a ser derrotados, pero lo que vemos en la televisión son sólo avanzadas de uniformados. Los verdaderos frentes subyacen entreverados entre la población, vestidos de civil, disparando desde las ventanas o desde las motos, o simplemente cometiendo atentados y masacres amparados en la seguridad que da la mansalva y la sorpresa. La guerra en Vietnam le enseñó al mundo el éxito de las guerrillas al derrotar, luego de diez años de horror, al imperio más poderoso de los últimos tiempos, incluso ya lo habían hecho contra los franceses.

En Colombia llevamos sesenta años de guerrilla y así un presidente las haya arrinconado, siempre saldrán fortalecidas después de diálogos bisoños o de grandes períodos de descanso y reparación como es el caso del ELN en Venezuela, cuyos frentes federados no obedecen a ningún comando central, pero sí a sus apetencias de poder y al afán de exterminar a los frentes disidentes de las disidencias de las FARC, sus principales rivales.

Los diálogos son de negocios. Las 250.000 hectáreas sembradas de coca en plena producción – cuatro cosechas al año, 3.000 toneladas de la mejor calidad- alimentan un negocio de 200.000 millones de dólares en los que a Colombia le corresponden 15 billones de pesos puesto que el narco colombiano dejó de ser el más beneficiado en comparación con los grandes capos financieros mexicanos, estadounidenses, rusos y albaneses

Nos dejamos quitar el negocio- sólo quedamos como “cocineros” y cultivadores- como también el de la marihuana prácticamente en manos de trasnacionales canadienses y europeas.

El narcoestado, que en forma solapada ha sido nuestro país, tiene que aceptar su destino puesto que la demanda de cocaína cada día es más grande y la economía derivada de su lavado de activos crece y prospera, incluso el campesino ya está acostumbrado a vivir de su cultivo y sabe que la esperanza de sustitución y paz se cifra en la regulación y legalización que se tendrá  que dar necesariamente en un marco educativo y de producción industrial de sus productos derivados suprimiendo componentes adictivos y echando mano de las bondades terapéuticas y nutricionales.

Con una política de paz legalizando la producción y la distribución, se termina la guerra y viene la paz y el desarrollo, incluso se puede consolidar el sueño bolivariano de una Grancolombia próspera sabiendo que los ejércitos venezolanos pernoctan vigilando las rutas y los cultivos en la frontera con el Catatumbo; lo mismo sucederá en el Ecuador donde un posible triunfo progresista abra las posibilidades de unión. Una Grancolombia que asuma su propio destino, que logre convivir con sus debilidades y fantasmas, es llamada a ser protagonista de primera línea en el acontecer iberoamericano.

El presidente tiene que empezar a plantear la legalización con la que siempre ha estado de acuerdo, seguir negándose a hacerlo es echar por la borda la posibilidad de concretar un movimiento popular de apoyo puesto que la reacción Uribe-Vargasllerista arremeterá con todo el poder paramilitar para seguir en la disputa por la tierra y los cultivos, hasta ahora ilícitos.

Gobernar por decreto o intentar la aprobación de las reformas mediante componendas corruptas, sólo abrirá la posibilidad de más guerra, también alimentada por el narcotráfico.

El pacto no se ha logrado con las élites financieras que se niegan a perder el negocio con los derechos básicos -salud, servicios y pensiones- pero sí se podrá lograr con los amos del poder: los narco-mafioterratenientes y sus ejércitos.

Wilmar Jaramillo Velásquez

Comunicador Social Periodista. Con más de treinta años de experiencia en medios de comunicación, 25 de ellos en la región de Urabá. Egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano

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