Cuando cambie el pueblo, cambiarán sus instituciones
Columnista invitado: Víctor Hugo Hinestroza Obregón – Antropólogo-Consultor
La voluntad del pueblo debe estar por encima de sus dirigentes.
Para nadie es un secreto el hecho de que el país hoy atraviesa por momentos de transformaciones, cambios, incluso de mentalidades, maneras de gobernar y formas de administrar, después de varios siglos de una línea hegemónica de gobierno, un manejo estandarizado de la economía y un campo improductivo con monocultivos exagerados.
Sin embargo, y como acción de la democracia, hoy se presentan nuevamente personas que buscan dirigir los destinos del país. No solo se trata del Pacto Histórico y del presidente Gustavo Petro, sino también de personas, organizaciones y diferentes expresiones organizativas que buscan abrirse espacios para la participación real, a pesar de que aún persisten en algunas instituciones los viejos vicios de corrupción y politiquería, la negación a la participación y el manejo amañado de las convocatorias y recursos para las comunidades.
Es difícil erradicar toda la maleza existente y camuflada en liderazgos sociales y étnicos; sin embargo, es importante que las organizaciones, líderes, lideresas y personas del común denuncien estas viejas y perversas prácticas.
Eso no debe ser un impedimento. Las organizaciones y personas, líderes y lideresas, deben asumir su papel protagónico que, en este periodo, se aprecia bastante favorable, pues de lo contrario serían inferiores al reto y la confianza que sus comunidades les han depositado.
El pueblo, como máxima expresión de la democracia, está obligado a cambiar, a transformar sus viejas costumbres, a elegir con libertad, conciencia y, sobre todo, compromiso propio y colectivo, pensando en las presentes y futuras generaciones. No en el dinero que les pagan por un voto, ni en las dádivas que cada cuatro años les regalan como limosnas. Hoy es fundamental que aquellos mal llamados “líderes”, que simplemente son serviles de los politiqueros y ofrecen 50, 70 o 100 mil pesos, sean desterrados. Los que permiten que las obras no se desarrollen a plenitud, aquellos que manipulan a sus propias comunidades, merecen el castigo de la comunidad mediante el aislamiento social y político.
Las comunidades organizadas, los líderes serios, aquellos nuevos liderazgos, deben ser quienes construyan el cambio, quienes fortalezcan a sus comunidades, permitiendo que, de manera articulada y concertada, gestionen proyectos, jornadas de salud, capacitación, crecimiento deportivo. Porque esa es la vida y realidad que se merecen las comunidades.
Ser líder no es un ejercicio simple ni momentáneo, mucho menos algo que se hace por un interés personal. Es la vocación y la búsqueda del bienestar colectivo para que, así, llegue el bienestar individual. Por eso son los líderes, lideresas, comunidades organizadas y fortalecidas quienes realmente construyen progreso en Tumaco, Guapi, Timbiquí, López de Micay, Buenaventura, Flamenco, Lorica, Cotorra, Cereté, Moñitos, San Pelayo, Carepa, San Antero, San Bernardo del Viento, Turbo, Necoclí y en toda Colombia. Son las comunidades y sus líderes y lideresas quienes transformarán este país desde sus regiones y comunidades.
Bertolt Brecht manifestó sabiamente que «el que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ¡ese es un criminal!» Algo que bien merece ser recordado por todas y todos.