Cultura

La narrativa de las acuarelas de Rivillas

Rivillas nos pinta, sin nombrarlo todo, el hervor de lo que se suda y sangra, desde donde se lava y asolea la ropa ante el sol de cada día en un trópico de esencias de banana.

Juan Mares Poteas/especial para El Pregonero del Darién

Cordilleras, llanuras, espejos de agua donde se mira la luna, cielo lleno de luces, hitos universales decorando el paisaje local de Urabá en un juego en perspectiva de tonos que denotan la velocidad hacia el horizonte, lo raudo como demarcando un estilo de fugas.

Así danzan sobre el papel las acuarelas de del médico cirujano pediatra y escritor de una novela donde exalta el papel creador de Cortázar, a quien le hace un homenaje, en la exposición más esperada durante varios años en este territorio para quienes hemos tenido la suerte de conocer su trabajo de búho entre musáceas. Les hablo del escritor, artista plástico y médico cirujano pediatra Fernando Rivillas Casas.

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Rivillas, el artista plástico, nos hace un recorrido histórico de nuestra tragedia de cada día, donde, para ser franco, “no deja títere con cabeza”. De manera sutil, muestra las atrocidades de cada grupo armado en sus desmanes. Es la lectura que hemos venido haciendo de esa parte de la narrativa, con una estética preponderante donde se aprecia un continuo en el manejo de las luces, los claroscuros, la perspectiva y la percepción de las distancias.

Rivillas Casas se nos antoja un creador de nocturnos (siete en esta exposición), que recrea basado en los relatos de Cote Lamus sobre el rio Atrato. Nuestro artista exalta los paisajes diversos del Urabá-Darién y el Abibe de la cordillera que desde la perspectiva aérea recrea esas distancias en velocidades atrapadas en el ojo que ilustra el coro de hojas de las musáceas y las sinuosidades de los meandros del Atrato y las curvas de la carretera al mar.

Cualquiera se pregunta sobre la fijación con cuatro elementos de símbolos universales y de nación, tales como ocurre con la Marilyn Monroe en cinco piezas donde incorpora elementos propios de la región agropecuaria en su principal producto, el banano, donde, además, agrega elementos faunísticos como las iguanas y alguna coral.

El asunto es que de igual modo incorpora a la Gioconda o Mona Lisa para darle ese toque de universalidad estratégica como también lo hace con los dos retratos de Cortázar y los segmentos discursivos de Cote Lamus describiendo el Atrato.

Hay un nocturno que, a la ligera uno puede pensar que se sale del paisaje local, tal como ocurre con el de las meretrices de Palacé en Medellín, un nocturno de bohemia de la angustia para las que esperan un cliente a la bartola. Es como el hilo conductor que liga la exposición a la capital del departamento como evocando la época en que estas trabajadoras venían a la zona de Dabeiba, Cañasgordas, Medellín y del eje cafetero, especialmente de Pereira.  Claro está, igualmente, la venida meretriz del alto Atrato que fuma al pie de las celosías de una ventana, evocando, el artista, las épocas de los Machosolos de los campamentos.

Sin lugar a dudas, es de notar, que entre los diez cuadros donde se brinda aprecio por la industria bananera, hay, al menos cinco cuadros dignos de posar en cualquier salón de conferencias, comedor o sala de recepción para brindar recreo a la vista sobre nuestro producto bandera procedente del municipio más bananero de Colombia.

Producto que ha generado fuentes de trabajo a muchas personas que han llegado en pos de mejores perspectivas de vida en una cadena laboral que involucra el transporte, el manipuleo cultural de la fruta, personal administrativo hasta el lustrabotas y los kioscos de ventas callejeras y almacenes de toda índole, la operatividad de los bancos, cooperativas, sindicatos, las ferreterías, las partes y talleres para los vehículos, la construcción de nuevas urbanizaciones, plaza de mercado en el menudeo y por supuesto los centros comerciales. En definitiva, toda una cadena laboral y de mercadeo de múltiples productos.

Rivillas nos pinta, sin nombrarlo todo, el hervor de lo que se suda y sangra, desde donde se lava y asolea la ropa ante el sol de cada día en un trópico de esencias de banana y a ello un homenaje, ya no a la planta sino a la fruta, que pecosa y amarilla, en una gaja que expone como un monumento de acuarela para hacer despertar la saliva desde las papilas alborotadas.

Se puede destacar, en resumen, varias temáticas tratadas en la exposición como lo son los nocturnos, la historia de la tragedia humana, los paisajes de una flora doméstica y los iconos a manera de símbolos universales que le dan un carácter narrativo a la exposición y donde se destaca el sabor local. A ese sabor póngale color y sonido, sienta el tacto de la agonía y el éxtasis; el desparpajo de una polifonía de temas donde se manifiesta el agua.

Cada quien está libre de hacer su propia lectura según su embriaguez o sobriedad del alma. Como en la lectura de un texto, si mira la exposición en varias oportunidades, en cada una de ellas, puede ver lo que su cultura le ha enseñado a mirar, puede observar el toque histórico o escudriñar los relampagueos oníricos, eso sí, al hacer el recorrido usted se dará cuenta que el arte pictórico es algo más que color, geometría y volumen.

Henos aquí, ante un autor inspirado en la diversidad y complejidad de nuestra región: Fernando Rivillas Casas. En una Urabá pintada relatando toda una historia, donde pasa la brisa y vibran las hojas de las musáceas, y donde la luna tiembla en el agua.

Con su pluma de poeta, Juan Mares retrata esta exposición, obra de gran calado social, de compromiso, de denuncia, pero también de verde esperanza como sus extensas bananeras donde no todo está perdido y donde la muerte tampoco pudo llevarse todo.

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