La paciencia, el don que hace la diferencia
A veces, las piezas no funcionaban bien; eran muchas cosas, pero lo que no nos dejó rendirnos fue el ánimo que nos dábamos entre todas.
Gabriela Cruz, Carolina Cárdenas y Antonia Soto, a sus 15 y 16 años de edad, son un ejemplo de talento, autogestión, disciplina y amor. Las tres, estudiantes del grado noveno y décimo del colegio San José de las Vegas de Medellín, fueron las ganadoras del premio Innóvate Descubriendo, una iniciativa de EPM que busca resaltar el talento de los niños y jóvenes del Área Metropolitana y el Valle de Aburrá.
“Cuando el profesor de matemáticas nos contó sobre el proyecto, nos emocionó muchísimo el reto, pero lo que no sabíamos es que iba a ser tan grande. Se pusieron a prueba demasiadas cosas; la paciencia, el trabajo en equipo, el optimismo y sobre todo el manejo de la frustración”, expresa Gabriela.
Y es que, de principio a fin, lo que las mantuvo a flote fue la confianza en sí mismas y las ganas de aprender, pues mientras los demás equipos de su colegio ya volaban sus drones, ellas apenas trabajan en el prototipo, siempre bajo el lema: mejor ir lento, pero seguro.
Sin embargo, en el camino hubo tropiezos. No fue suficiente con un intento. Ni con dos. Tampoco tres. Al final, fueron más de cinco veces de reconstrucción del dron y, en el proceso, aprender a soldar, encontrar soluciones prácticas y medir con exactitud cada una de las piezas que acabarían por sumar al resultado final de la competencia.
“Había momentos donde sentíamos mucho estrés. El dron lo chocábamos y había que volverlo a hacer desde cero. A veces, las piezas no funcionaban bien; eran muchas cosas, pero lo que no nos dejó rendirnos fue el ánimo que nos dábamos entre todas; siempre encontrábamos la forma de arreglarlo juntas”, cuenta Carolina.
Dentro del equipo, cada una de ellas asumió un rol definido, pero en conjunto eran imparables. No en vano, se describen así mismas así: Gabriela, experta en la construcción; Antonia, la optimista; y Carolina, la que todo lo soluciona. Fue así, como lograron pilotear sus días de competencia en medio del nerviosismo, el trabajo de las otras personas y la duda, que muchas veces intentaron hacerles creer que no llegarían al pódium.
Las pruebas aguardaron hasta el final. En la última competencia una de las hélices del dron comenzó a fallar, y aunque pensaron que no sería suficiente para cumplir con los requisitos de los jueces, en todo momento sintieron el apoyo de los compañeros de su colegio, quienes, entre tanto, marcó significativamente su experiencia.
“Fue demasiado lindo ver como todos estaban pendientes, preguntando qué tenían que hacer, corriendo de un lado al otro buscando una solución y, sobre todo, dándonos apoyo moral. Yo creo que, de no ser así, no lo hubiéramos conseguido”, dice Antonia.
“¡Creo que ganamos!”, dijo Gabriela cuando revisó el puntaje en la pantalla. La emoción que sintieron no podía explicarse en ese momento, pero el orgullo y satisfacción de haberlo intentado hasta el final, les hacía palpitar el corazón, pues este proyecto, no fue pensado solo con la intención de participar en el concurso; también, estuvo el ímpetu de crear un dron que pudiera mejorar la calidad de vida de las personas que viven en zonas lejanas y que requieren servicios de EPM.
En este caso, se requería de un dron con materiales que les permitiera una construcción ligera y pequeña para que este lograra pasar por las rejillas, detectar el daño e informar a los técnicos con el fin de hacer la intervención correspondiente.
Este año, se cumplió la novena edición del concurso. De esta manera, EPM sigue reafirmando que el futuro está en manos de los jóvenes y que, en ellos, hay ideas capaces de transformar el mundo.
“Nosotras no tenemos palabras para agradecerle a EPM. Se siente el amor, el gusto y el compromiso con el que hacen posible esta iniciativa. Siempre estuvieron ahí, dispuestos a explicarnos todo lo necesario; nos daban refrigerios, materiales… todo”, finaliza Gabriela.
Publirreportaje institucional de EPM.