Opinión

El pensamiento de clase

Tantos billones robados en proyectos sociales y de infraestructura, todos venidos al traste: puentes que se caen, colegios, coliseos y todo tipo de elefantes blancos.

Por: Juán Fernando Uribe Duque /Opinión/ El pregonero del Darién.

Cuando se piensa con criterio de clase social, esto es, cuando el hecho por analizar se hace como proyección desde tu sitio de confort, el análisis y el conocimiento derivados adquieren un matiz cultural distorsionado.

De ahí que se manejen medios adscritos a criterios de clase donde como producto de su poder ante la sociedad, van constituyendo unos frentes de opinión viciada cada día más radicales y doctrinarios.

Noticieros, periódicos, revistas y medios de opinión muy peligrosos, pues ocultan la realidad disfrazándola de una simple apropiación de clase. Ejemplo: mucho recuerdo cuando en mi infancia al pasar por una barriada tugurial camino a la finca, yo preguntaba a alguno de mis mayores sobre la causa de la miseria de esos congéneres y la respuesta que siempre obtenía era “esas es su realidad, ellos no sufren pues están acostumbrados a la pobreza».

En esa respuesta, que es la misma de hoy, no hay posibilidad de un entendimiento certero del problema, puesto que de entrada se amputa el análisis y se satisface la necesidad de no tomar partido por los que nada tienen porque pues «así nacieron y así morirán», es más, siempre lo han reforzado con la sentencia «siempre habrá pobres entre vosotros». Suficiente, todo está consumado, no hay nada qué hacer, sólo recurrir a la caridad católica para redimir en algo toda esta “población tan necesitada».

Una cosa es ser caritativo y otra muy diferente, ser humano.

El conocimiento «situado”, ese que sostiene un estado de cosas y que necesita del poder político para perpetuarse, es el mismo que sale lanza en ristre contra las reformas a un sistema que aboga por mantener el cacicazgo de una pequeña fracción de la población en el poder que se apodera del mismo para encontrar rentabilidad a partir de los dineros públicos.

Apoyados en la supuesta certeza de ese “conocimiento» de clase, no les avergüenza justificar la existencia de un Estado que ha degenerado en posturas francamente delincuenciales. No cabrían ya los ejemplos del desfalco a las arcas del erario.

Tantos billones robados en proyectos sociales y de infraestructura, todos venidos al traste: puentes que se caen, colegios, coliseos y todo tipo de elefantes blancos, carreteras que vuelven y se derrumban a pesar de los refuerzos, edificios construidos sin hierro – pero sí con ánimo de lucro-, fortines de abogados que mantienen litigios interminables con miles de colombianos estafados para que constructores, financistas y políticos sigan robando y pagando pequeñas condenas en fincas y mansiones.

Todo es el mismo idioma, la corrupción impone un lenguaje de soberbia paranoia y tiene sus defensoras en el parlamento, ofensivas y gritonas. ¿Será que no se dan cuenta? ¿Por qué están tan convencidas de que lo que hablan y defienden es cierto, si la realidad demuestra lo contrario? ¿No se roban los políticos acaso 55 billones cada año? ¿No se caen los puentes y encarcelan a los gerentes corruptos de las EPS?

¿Estarán, acaso, a la espera de otros políticos honestos? ¿No son ellos los aviesos muchachos de la llamada “Generación del 14″? la Paloma y la Cabal, caucana y valluna en su orden; ¿defensoras de quienes han llevado -por un concepto originado en un absurdo pensamiento de clase esclavista, homofóbico y segregacionista-, a Colombia al desastre?

El caso de la ideología imperante en Colombia es bien extraño. Se ha creado una pugna entre las diferentes clases sociales, de ahí que el emprendedor de clase media crea que los trabajadores que necesita son sus enemigos resentidos y peligrosos, no merecedores de ninguna seguridad social más allá de la necesaria para recuperar su inversión. El concepto de empresa en Colombia es un concepto de angurria unilateral que se protege del ataque popular. No hay consideración, no hay amor, solo prevención y avidez por el dinero, codicia, de ahí que el narcotráfico haya encontrado un terreno apto para imponer la ley del No Futuro, la degradación y la apatía por el otro, el pensamiento resentido y egoísta de clase para conseguir dinero a como dé lugar, basado en el desprecio y el odio.

Los últimos cuarenta años produjeron en la mente del colombiano medio un inconsciente colectivo de tipo delincuencial paranoide y agresivo, dado a mantener -tal vez como producto del odio intersocial y el miedo manipulados-, un sitio de confort blindado a toda posibilidad de daño; el Síndrome del Condominio, de la Reja protectora.

La exclusión del «Otro», la no posibilidad de diálogo, sólo una comunicación mediante lenguajes caritativos de una misericordia cristiana muchas veces mal entendida. También manipulada.

Es tiempo de hacer una reflexión profunda sobre la honda herida que despedazó a Colombia. Así de simple.

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