Editorial

El periodismo amenazado no funciona

Urabá no puede volver a las amenazas y a las acciones de hecho, por el contrario, se debe seguir trabajando para afianzar cada día los espacios ganados.

Durante la última década la región de Urabá ha venido ganando espacios de paz y convivencia y por esa razón las autoridades no pueden tolerar el más mínimo asomo de intranquilidad o ruptura de un proceso que tanta violencia costó.

Por el contrario, entre todos tenemos la responsabilidad y la obligación de seguir trabajando en este sentido, la paz y la convivencia se debe fortalecer todos los días.

En Apartadó se ha comenzado a vivir una especie de zozobra entre el gremio de los periodistas ante supuestas amenazas y esa es una mala señal para todos, pues un periodismo amenazado, presionado o coartado, no cumple su función social, ya es suficiente con los altos índices de autocensura en que se mueven los comunicadores por diferentes razones, como para venir a sumarle amenazas.

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Es cierto que en la región hay dioses de barro que solamente aceptan la adulación, la lisonja y la lambonería, cuando un periodista los incomoda con una publicación, la primera reacción es la amenaza y es ahí donde las autoridades deber investigar y castigar con severidad este tipo de comportamientos para que no se vuelvan paisaje.

Los periodistas de la región y de provincia en general deben saber que trabajan bajo el más absoluto desamparo e insolidaridad, que los ejes del poder defienden a una elite a su servicio concentrada en las grandes capitales y en los medios corporativos.

Eso sí- no toquen un periodista de estas elites porque el escándalo es de corte internacional, fuera de moverse bajo rigurosos esquemas de seguridad. De hecho, los últimos asesinatos de periodistas en Colombia han sido en la provincia en medio del más absoluto desamparo.

Por eso los periodistas de Urabá tienen que ser cada vez más cautelosos, con más olfato, saber cómo los utilizan los dueños del poder, como intentan meterlos en el lodo de las campañas políticas y luego los lanzan a los leones, con una capacidad mínima para defenderse.

El periodista tiene que conocer muy bien las arenas movedizas por donde camina, para no ir a parar al precipicio, tiene que tener muy clara su responsabilidad social, pero también legal, que no es inmune ante la ley.

Hoy frente a la ligereza de las redes sociales hay que ser más cautelosos, que el afán de un clic, nos los termine llevando a un tribunal o a otro tipo de represalias, ante la tremenda intolerancia que vivimos.

Es también muy llamativo que ni las autoridades regionales, ni el poder civil, ni los gremios periodísticos de Urabá, hayan hecho un pronunciamiento oficial sobre estos hechos que se registran en Apartadó, paradójicamente los únicos que se han manifestado han sido integrantes del llamado “Clan del Golfo” argumentando no ser los responsables de amenaza alguna y afirmando que respetan la libertad de expresión.

Esto es sumamente grave y ratifica el nivel de soledad y desamparo en que se mueven los periodistas en las zonas apartadas del país.

Esperamos que esto se resuelva favorablemente, sin mayores sobresaltos para el bien del periodismo, de las libertades en general, pero sobre todo para que el clima de paz construido en la región no se altere y por el contrario se fortalezca, para ello deben entender el papel crucial que cumplen los medios de comunicación. Un periodismo amenazado es estéril, no cumple con sus principios democráticos y de pluralismo en general.

Es cierto que el periodismo incomoda a los dueños del poder, a los que se han acostumbrado a pisotear a quienes se atreven a cruzarse en su camino, pero también es cierto que son el soporte de nuestra raquítica democracia y como diría Belisario Betancur: “Prefiero una prensa un poco desbordada, a una prensa censurada” y las amenazas son un medio terrible de censura.

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