¡Feliz Día del Idioma y del Libro!
Los supremos conocedores del lenguaje, los que recrean, los poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele".
«…En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar de alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y solo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona sufre como una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su eficacia por varias razones de bienhablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano: porque ese hombre denota con sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabremos nosotros encontrarlo.
Hay muchos, muchísimos, inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un mozo joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero que cuando llega el instante de contar algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz de moverse entre sus pensamientos; ser precisamente lo contrario, en el ejercicio de las potencias de su alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo […].
El ser humano es inseparable de su lenguaje. El viejo consejo de Píndaro: “Sé lo que eres”, el más reciente de Goethe: “Sepamos descubrir, aprovechar lo que la naturaleza ha querido hacer de nosotros, lo que ha puesto de mejor en nosotros”, pueden cumplirse tan sólo por la posesión del lenguaje. El alma humana es misteriosa, y en todos nosotros una parte de ella, es decir, parte de nosotros, se recata entre sombras.
Es lo que Unamuno ha llamado el secreto de su vida, de su propia vida. Y el lenguaje nos sirve de método de exploración interior, ya hablemos con nosotros mismos o con los demás, de luz, con la que vamos iluminando nuestros senos oscuros, aclarándonos más y más, esto es: cumpliendo ese deber de nuestro destino de conocer lo mejor que somos, tantas veces callado en escondrijos aun sin habla de la persona.
La palabra es espíritu y no materia, y el lenguaje, en su función más trascendental, no es técnica de comunicación, hablar de lonja: [La palabra] es liberación del hombre, es reconocimiento y posesión de su alma, de su ser. “¡Pobrecito!” dicen los mayores cuando ven a un niño que llora y se queja de un dolor, sin poder precisarlo. “No sabe dónde le duele”. Esto no es rigurosamente exacto. Pero ¡qué hermoso! Hombre que mal conozca su idioma no sabrá, cuando sea mayor, donde le duele, ni dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que recrean, los poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele».
(Fuente/Salinas, Pedro (1995). “El hombre se posee en la medida que posee su lengua”. El defensor. Madrid, Alianza Editorial, pp. 288-291.)