Pensando en voz alta
¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizan en el abandono de tu majestad!
Jaime Bedoya Medina/Opinión/ El Pregonero del Darién
La Vorágine –Fragmento-
¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos. ¿Dónde está la estrella querida que de tarde se pasea por las lomas? ¿Aquellos celajes de oro y múrice con que se viste el ángel de los ponientes, por qué no tiemblan en tu dombo? ¡Cuántas veces suspiró mi alma adivinando al través de tus laberintos el reflejo del astro que empurpura las lejanías, hacia el lado de mi país, donde hay llanuras inolvidables y cumbres de corona blanca, desde cuyos picachos me vi a la altura de las cordilleras! ¿Sobre qué sitio erguirá la luna su apacible faro de plata? ¡Tú me robaste el sueño del horizonte y sólo tienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde pasa el plácido albor, que jamás alumbra las hojarascas de tus senos húmedos!
Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde dioses desconocidos hablan a media voz, en el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad a los árboles imponentes, contemporáneos del paraíso, que eran ya decanos cuando las primeras tribus aparecieron y esperan impasibles el hundimiento de los siglos venturos. Tus vegetales forman sobre la tierra la poderosa familia que no se traiciona nunca. El abrazo que no pueden darse tus ramazones lo llevan las enredaderas y los bejucos, y eres solidaria hasta en el dolor de la hoja que cae. Tus multísonas voces forman un solo eco al llorar por los troncos que se desploman, y en cada brecha los nuevos gérmenes apresuran sus gestaciones. Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica y encarnas el misterio de la creación. No obstante, mi espíritu sólo se aviene con lo inestable, desde que soporta el paso de tu perpetuidad, y, más que a la encina de fornido gajo, aprendió a amar la orquídea lánguida, porque es efímera como el hombre y marchitable como su ilusión
¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizan en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero el calor de los arenales, el espejo de las canículas, la vibración de las palmas abiertas! ¡Déjame tornar a la tierra de donde vine, para desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en nefando día, cuando tras la huella de una mujer me arrastré por montes y desiertos, en busca de la Venganza, diosa implacable que sólo sonríe sobre las tumbas!
A cien años, vale la pena releerla.
*Gracias, Honorable Senado por la reforma pensional. Se portaron como grandes y el presidente debe honrar los acuerdos para avanzar en el proyecto social.
*A desfilar pacíficamente el primero de mayo.