Un animalismo más que sospechoso
Que lluevan críticas, pero ese cuento de cambiar caballos por motocarros, tiene más de negocio y politiquería que de amor por los animales.
El caballo acompaña al hombre en sus faenas desde los principios de la humanidad, lo ayudó en épicas guerras en la conquista del mundo, “¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!”. Dice Ricardo III protagonista de la tragedia shakespeariana.
Hoy aun en las principales capitales europeas es común y típico ver los carruajes tirados por caballos, llevando turistas en los recorridos tradicionales y céntricos de las ciudades.
Para no tener que ir tan lejos el caballo acompañó y acompaña al campesino colombiano en muchas de sus faenas, lo transporta, lleva y trae carga de sus apartadas fincas donde no llegan las carreteras, la mula fue el brazo derecho de la colonización paisa. Estos semovientes siguen siendo compañeros inseparables del hombre.
De un momento a otro, grupos ambientalistas se dedicaron a desprestigiar y satanizar su utilización, vale recordar que es una bestia formidable para el trabajo su contextura, su composición anatómica está adaptada para el trabajo pesado desde siglos atrás. En Cartagena prácticamente se volvió delito, utilizar caballos para los recorridos turísticos por la ciudad amurallada.
Ahora hay que jubilar los caballos, cambiarlos por moto-carros contaminantes, para hacer grandes negocios y politiquería en su compra y entrega a los amigos del gobierno de turno, todo en nombre del “amor por los animales” y acompañan su campaña con conmovedores y lastimeros discursos:
“Pacho trabajó 12 años con Juan, hoy recobra su libertad y recibe su jubilación, será adoptado por un noble campesino” e incluso arrancan lágrimas de los dolidos animalistas.
Es fácil ver como todo lo van volviendo negocio de avivatos y esta práctica no es la excepción, una cosa es el mal trato animal que ya está penalizado en Colombia, o la movilidad en grandes capitales donde un semoviente en horas pico colapsa el tráfico, como ocurría en los tiempos en que los caballos fueron cambiados por moto-carros, en Bogotá, eso es muy distinto. Si tanto aman a los animales, desde las umatas o secretarias de agricultura deben hacer un control con veterinario a bordo para que los caballos se encuentren en condiciones de trabajar, que reciban buen trato y alimento.
En el anterior mandato de Antioquia, el gobernador Aníbal Gaviria entregó una considerable cantidad de moto-carros y jubiló centenares de caballos, el generoso canje se hizo justamente en plena campaña electoral, asociada con sus alcaldes en un visible negocio por votos, a los pueblos pequeños llegan estos aparatos a contaminar y aumentar la accidentalidad, estos vehículos no entran a la orilla del río para la extracción de arena por ejemplo, porque se atascan, en cambio los caballos entran y salen sin dificultad.
Varios de estos carros ya cambiaron de dueño, unos están estrellados y ya comenzaron a volver los caballos en medio de un engaño, una trampa al proyecto, sin nadie que controle y haga seguimiento, porque justamente quienes los entregaron ya no están en el poder, no hay dolientes.
Ese fundamentalismo animalista y ambiental es aprovechado por inescrupulosos para hacer su agosto y dilapidar recursos públicos y como hacen ver todo como una noble causa, saben vender la idea, entonces nadie reclama, todo pasa de agache.
Que bueno que estos politiqueros no se opusieran desde el Congreso para que unos tres millones de colombianos hoy en la miseria obtuvieran un bono pensional para mitigar el hambre, en vez de estar vendiendo humo en los pueblos.
Repito, ya la ley protege a los caballos, el mal trato, debemos estar vigilantes para que sean bien alimentados y reciban atención veterinaria, labor que debe ser vigilada por los gobiernos locales, pero ese cuento chino de sacarlos del trabajo va por otro camino.
Igualmente, en las grandes ciudades con los consabidos problemas de movilidad se justifican medidas como estas y otras.
Este mismo fundamentalismo se extiende al cuidado del medio ambiente, muchos buscando el ahogado río arriba, muchos pescando en río revuelto, otros tantos arañando recursos financieros, pero a la hora de los verdaderos resultados, como dice el adagio popular, mucho tilín tilín y nada de paletas.