Opinión

Después de la tempestad viene la reflexión

Columnista invitado: Víctor Hugo Hinestroza ObregónAntropólogo y Consultor

El 19 de junio, hace ya dos años, ganaron Petro y Francia. Fue un triunfo esperado que muchas generaciones soñaron, desde las viejas expresiones de partidos tradicionales con células alzadas en rebelión, como el MRL, pasando por las FARC, el M-19, Quintín Lame, el ELN y muchas otras expresiones armadas de izquierda con líneas diversas. Hoy, más recientemente, los jóvenes, las mujeres, campesinos, afrodescendientes, indígenas, pobres y un amplio sector de la población colombiana.

Es decir, la necesidad de cambio sobrepasó líneas políticas, alinderamientos de postura para traducirse en un sentir nacional, en un clamor de todas y todos y en esa esperanza de transformación. No fue fácil; murieron muchas personas, por eso es necesario, en este particular, la nunca repetición de episodios como los falsos positivos, las masacres del Aro, el Naya, Bajo Calima, Sabaletas y los Montes de María en general, sin olvidar el Cauca y Nariño.

Sí, ganaron Petro y Francia. Ahora sigue un camino muy tortuoso, pero esperanzador, de fuertes contradicciones, muchas posiciones antagónicas; pero el reto de esta pareja por avanzar en la unificación nacional es necesario. Ese es el clamor de Colombia por encima de líneas u orillas de participación política.

La periferia marginada, excluida, violentada, ensangrentada, al igual que muchos pertenecientes a las élites tradicionales, empresarios y demás, le otorgaron el triunfo. Ahora bien, ¿qué se va a hacer con esa tierra excluida del país y del Estado y sus gobiernos tradicionalmente centralizados? Más que una pregunta, es un interrogante.

Esto debe ser necesariamente un proceso de muchas bajadas, también subidas, de cuestas que, al igual que los ciclistas, se hacen tortuosas, pero es la base. Las élites, empresarios y quienes realmente quieren y defienden el país, no con simples discursos, sino con acciones reales, deben asumir las banderas no políticas o politiqueras, partidistas o de antagonismos per se, sino de la edificación del país. Que no suceda igual que con el extinto Álvaro Gómez Hurtado, cuyo planteamiento del “acuerdo sobre lo fundamental” solo se hizo importante tras su fallecimiento. Tampoco es momento de revanchas de cualquiera de los lados; es el momento del país.

El cambio debe necesariamente interpretarse y ponerse en práctica desde la edificación de nuevos escenarios y pensamientos, desde el apego a las propuestas establecidas y no desde el paracaidismo oportunista y malsano. Eso es lo que se busca derribar: ese muro de intermediaciones del poder que, dicho sea de paso, fermenta —por no decir putrefacta— las posibilidades de bienestar.

Cuando la Vicepresidenta expresa: “Vivir sabroso no es vivir en la casa vicepresidencial, es poder vivir en mi casa, sin gente armada,” así mismo, la gente de la periferia, de Colombia, los y las excluidas merecen vivir sabroso, sin la zozobra de las líneas imaginarias, de la muerte por ser diferentes, los robos, atracos, vivir sin pagar vacunas, no tener que desplazarse de su país por no tener oportunidades o por las amenazas.

Es un reto grande, y del cual necesariamente hay que ser partícipe, hayas votado o no por ellos; pero sí es menester por Colombia, por las personas que conciben otro país, que buscan y aspiran también a “vivir sabroso.”

Así, aunque ya hayan pasado dos años de este hecho importante en la historia del país, es necesario albergar que, con diferentes actores, de ser necesario, el imaginario del cambio debe hacerse común, costumbre y plasmarlo con acciones y hechos, de la mano de quienes decimos defender los derechos humanos, quienes buscamos un país diferente, no de quienes se consideran mejores que los demás.

Libardo Antonio Vasquez Quintero

Programador y diseñador web. Con más de 20 años de experiencia en el sector audiovisual, soy apasionado por las comunicaciones. Defiendo las ideas libres y el pensamiento crítico. Soy fiel creyente en la utopía de ver una Colombia en paz.

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