Una historia triste
Un congreso que se retroalimenta en su afán de conservar sus propias prebendas protegiendo los intereses de señores feudales o comerciantes de la salud.
Juan Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién
Colombia necesita con urgencia salir del feudalismo y marchar por la senda de un capitalismo activo con sentido social. No puede ser que sigamos siendo gobernados por un grupo de familias que sólo ven en los sobornos de las multinacionales y la tenencia inequitativa de la tierra, la única forma de desarrollo, además de saquear los dineros públicos mediante negocios amparados por la «ley y la justicia». La enfermedad que ha soportado el país ha sido larga y penosa llevándonos a una desigualdad vergonzosa y a una exclusión aceptada como un fenómeno normal, ajeno a toda crítica. Esta supuesta «normalidad» nos ha llevado al desastre social y a la corrupción favoreciendo la aparición de fenómenos que, como el narcotráfico, se ubica en la historia como el reflejo negativo de la osadía delincuencial de quienes nos han gobernado, robando e hipotecando al país.
Todo el poder instaurado en la historia colombiana se ubica en la disputa por la tierra y la rapiña por los dineros del erario público. Las nueve guerras civiles y la violencia crónica nos hablan de lo mismo. Muy poca fue la garra de desarrollo empresarial autóctono, ya las empresas que iluminaron una esperanza cerraron o fueron vendidas y feriadas por unos herederos incapaces y mediocres. Además, siempre ha existido una galería de elefantes blancos vergonzosos: parques que no se terminan, acueductos enmohecidos, calles y carreteras con asfaltos inconclusos, hospitales abandonados, además de los vestigios monumentales de la cultura mafiosa que exhibe grandes ruinas de casinos, hoteles, mansiones y edificios devorados por sus propias junglas.
La historia que hemos construido es bien triste; muchos dirán que poco interesante: una élite arrodillada al poder económico internacional con añoranzas extranjerizantes y un pueblo sumido en la pobreza, la violencia y el abandono.
Un congreso que se retroalimenta en su afán de conservar sus propias prebendas protegiendo los intereses de señores feudales o comerciantes de la salud y los derechos básicos, debe ser removido.
Se requiere un Estado protector que vele por los derechos básicos para llevar una vida digna (no como servicios que se compran): salud, saneamiento, pensión, educación y servicios públicos. Nada más complaciente para un gobernante que ver sus ciudadanos educados y agradecidos y un país protegido, no como un simple objeto de explotación que acaba con su geografía convirtiéndola en una humareda oleosa o en un horroroso cementerio de socavones, lodo y oscuridad.
Colombia merece lo mejor: un buen gobierno con sentido de inclusión y progreso y el amor incondicional de todos los colombianos.