Los aviones de papel
Aparte de los barcos de una y tres velas, de mi padre aprendimos a hacer aviones, ringletes con un palo y un alfiler y cohetes, bodoques.
Álvaro Camacho Andrade/El Pregonero del Darién
El origami de mi infancia y adolescencia
Así como Melquiades impresionó a Aureliano Buendía cuando conoció el hielo, yo no puedo olvidar el día que mi padre me hizo un barquito con una hoja de cuaderno Cardenal y lo hizo flotar por unos minutos en un platón de aluminio lleno de agua antes de naufragar. Para sus siete hijos e igual número de sobrinos mi padre Álvaro Camacho siempre fué mago, era excelente para trabajar y hacer trucos con sus manos, por esa razón fuimos felices aprendiendo sus humorísticos sortilegios y artilugios.
Aparte de los barcos de una y tres velas, de mi padre aprendimos a hacer aviones, ringletes con un palo y un alfiler, cohetes, bodoques para disparar desde un delgado tubo galvanizado, el sombrero del Papa con una hoja doble de El Tiempo, un gorro de marinero o un abanico.
Mis hermanas jugaron con saca piojos o aprendieron a hacer sillas, mesas o camas con hojas de cuaderno.
En el colegio aprendimos a fabricar billeteras de dos bolsillos, el avión de Mafalda, una portería de fútbol con una hoja doble que al abrir hacíamos gol, un torpedo con una hoja que al sacudirla fuertemente sonaba muy duro, doblábamos una hoja para enrollarla un poco e imitar el sonido de una máquina de escribir, elaboramos silbatos, más aviones raros y las cometas que cuando logramos elevar éramos felices.
Tal vez son muchos más los juegos de papel con los que nos divertimos en nuestro origami criollo (incluida la famosa paloma de mil dobleces) sin necesidad de la ayuda de un japonés.