Tiempo de convocar a la realidad
Las varias naciones que conforman el país por primera vez en doscientos años se han visto convocadas por un caudillo que piensa en una Colombia diversa pluriétnica y multicultural.
Juán Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién
El gobernante lo hace con sus amigos, con sus conocidos, en quienes confía. No hay que denominar » clientelismo» el hecho de que al principio el presidente Petro se haya asociado o haya hecho coaliciones, tal vez fue para tantear el terreno esperando las primeras traiciones (Ocampo, López, Gaviria). Luego se fue decantando hasta llegar a un grupo de colaboradores leales con los que se comparte el mismo ideario y los une todo un pasado de amistad y lucha. De manera que no nos asustemos si todavía vemos advenedizos chapaleando por ahí, ya también se irán.
En dos años el asentamiento del gobierno ha sido magnífico. Se mantiene pese a las grandes traiciones y a las salidas en falso de locuaces inexpertos al principio de su administración. El equivalente práctico en el debut de un gobierno con carácter social, ha sido sorprendente y el presidente, todo un caudillo a la altura del reto.
Los resultados ya son evidentes y en cuanto a la llamada «Paz Total» el haber colocado el dedo en la profundidad de la llaga es casi inaudito dada la complejidad del caso… y no son ni serán esos “tres meses» los necesarios para desarmar al ELN, ojalá lo fuera en un país con una guerra magnificada por el narcotráfico luego de un fenómeno de desplazamiento tenebroso que reforzó el acaecido durante la violencia interpartidista.
Exigir total transparencia a una administración en donde confluyen una serie de tensiones y realidades sociales centenarias, es un romanticismo escuelero, máxime en un país como Colombia donde medio territorio está constituido por poblaciones y dinámicas sociales de tipo guerrillero que viven a expensas de las rentas del narcotráfico como un modo de vida instituido y altamente rentable; tanto así que se da el lujo de fingir guerras contra sí mismo nombrando presidentes y congresistas.
Las varias naciones que conforman el país por primera vez en doscientos años se han visto convocadas por un caudillo que piensa en una Colombia diversa pluriétnica y multicultural. Interesantísimo y necesario, incluso nos llena de orgullo y amor por “nuestros negros, por nuestros indígenas, por nuestros campesinos, por nuestros pobres”. ¿Cuándo antes habíamos sentido esto? ¡Nunca! Puesto que siempre hemos vivido aferrados a esos sentimientos de exclusión y arribismo sofocados por un trasfondo esclavista muy propio de los españoles de crucifijo y cadalso.
Los tiempos son otros y reincidir sobre las reformas necesarias convocando al apoyo popular masivo, más que admirable como praxis política, es una brillante cátedra que hace ante el mundo un experto, un verdadero líder. Por algo sigue vivo y lleno de energía, guapeando y sorteando todo tipo de dificultades, desde la cárcel, la proscripción y la tortura, hasta el haber soportado agravios, destituciones y amenazas mientras ponía en evidencia la «olla podrida» de toda la cultura de la corrupción y el genocidio, esa coyuntura de las alianzas entre politicastros y bandidos de cuello blanco que como ratas salen y se esconden acechando desde sus cloacas.
Estos últimos dos años del gobierno serán para afianzar la imagen vislumbrada de un nuevo país, que ahora se presenta como un gran territorio listo para ser rescatado.