Opinión

Nace una esperanza

En el campo, por fin habrá una esperanza, el campesino tendrá su tierra para trabajar y reactivar la vocación de agricultor que nunca debió perder.

Juán Fernando Uribe Duque/Opinión/ El Pregonero del Darién

-De la utopía a la realidad-

Se respiran nuevos aires, un aroma refrescante surca el cielo de Colombia, renace una esperanza y la posibilidad del cambio anhelado. Vendrá por fin la paz, el diálogo será más inteligente y decisivo, los oferentes no se levantarán de la mesa, no será un simple «otrosí», esta vez los acuerdos serán estudiados para su implementación con la seriedad y el compromiso que siempre requirieron, no habrá nadie más que quiera hacerlo trizas, ni tendrá el cinismo de romperlo ante el asombro de un pueblo desgarrado. Los campos no verán caer más a sus líderes, se cuidará el agua y se preservará la tierra como la gran madre que acoge y nutre.

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La juventud tendrá por fin la posibilidad de educarse sin las afugias que impone la pobreza, los derechos ya no serán privilegios para unos cuantos ni en los hospitales existirán las filas suplicando una consulta o el despacho de una fórmula auditada por un comerciante de la medicina, las madres podrán constituir un hogar cuando las redes dispersas del tejido social otra vez se trencen en un abrazo de progreso y solidaridad, las calles dejarán de ser tumbas para los jóvenes sin futuro que sólo ven en el delito una posibilidad de vida, el Estado estará alerta y llegará solícito con oportunidades de educación y empleo, la vida del barrio cambiará y volverán las esquinas a ser nichos de diálogos cordiales entre vecinos que se quieren y se necesitan.

En el campo, por fin habrá una esperanza, el campesino tendrá su tierra para trabajar y reactivar la vocación de agricultor que nunca debió perder, no será ya el engrosar los cordones de  miseria en las ciudades su triste destino, ahora el Estado llegará con planes concretos y bien diseñados para que pueda volver a su parcela con una justa restitución de las tierras despojadas y una adecuada negociación con los terratenientes que, mediante el diálogo y el entendimiento, serán aliados del gobierno para que por fin la tierra tenga una función social en Colombia y dejemos de importar los alimentos que nunca se debieron dejar de cosechar.

Las comunidades por centurias olvidadas y relegadas del progreso, verán como desde lo más básico de sus vidas una esperanza redentora les tenderá la mano. Distritos populares como Buenaventura y Tumaco que viven en la miseria y el terror de la degradación y la violencia que engendra el narcotráfico, tendrán un gobierno presto a su redención llevando seguridad con programas de nutrición infantil, educación, trabajos dignos y medicina preventiva.

La lucha contra la corrupción tendrá en el Pacto Histórico su puntual básico y la llamada «Cultura del saber» iniciará en Colombia una nueva era de posibilidades y desarrollo; la dependencia externa disminuirá, y una nueva conciencia nacional con un grato sentido de pertenencia se irá creando a medida que el conocimiento liberador llene la mente y los corazones de una nueva juventud lejos ya de la fantasmagoría del narcotráfico y el rebusque.

La dignidad pisoteada de Colombia ha encontrado la oportunidad de reivindicarse ante la historia en un abrazo incluyente apretado y solidario. Confiemos en que sea así, esta oportunidad no la podemos dejar perder y la cuidaremos con todo el ardor y la vigilancia necesarias. Es ahora o nunca. Los enemigos también son Colombia. Bienvenida la paz y la esperanza.

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