Opinión

Ni es algo de ahora, ni es circunstancial

Por: Juan Hernández Machado, miembro de la Unión de Historiadores de Cuba

Sí, en medio de muchas otras informaciones importantes e interesantes que circulan por el mundo, se conoce que ya llegaron a 40 mil los asesinados en el genocidio que el gobierno de Israel comete contra el pueblo palestino y que hay casi 100 mil heridos- fundamentalmente mujeres y niños.

Y como llevamos más de nueves meses recibiendo esa información en la que cada vez se incrementa el número de asesinados y heridos, para muchas personas se ha convertido en algo tan corriente como que las cataratas del Niágara sigan recibiendo turistas, por solo poner un ejemplo.

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Son disímiles las justificaciones que ha utilizado el gobierno de Israel, con el apoyo de sus queridos colegas de Washington, en cuanto a las bajas civiles, los “daños colaterales” a los que nos acostumbramos en las operaciones de los militares estadounidenses, fundamentalmente en épocas recientes en Afganistán e Iraq.

Muchos “humanitarios” y de “buen corazón”, tanto a nombre de cualquier organización como de ellos mismos, argumentan que no existe genocidio, que esas bajas son circunstanciales, que la dirigencia israelí no tiene la intención de provocarlas y otros argumentos por el estilo.

Sin embargo, la destrucción del pueblo palestino es un hecho y cualquiera que trate de desvirtuarlo, por cualquiera que sea la razón, está del lado de quienes la provocan.

Y esta destrucción, ni es un acontecimiento de ahora, ni es nada que haya surgido de forma circunstancial como pretenden algunos.

A muchos no les gusta mencionar la historia porque contra ella nada puede. Y aunque los años pasen queda el registro de todo lo sucedido en años anteriores, hechos que pueden desmentir y desenmascarar argumentos que hoy se utilicen para justificar algo, como este genocidio que se está cometiendo contra nuestros hermanos palestinos.

Tal vez porque han transcurrido 42 años- a mediados de septiembre próximo llegaremos a la fecha excta- se ha olvidado que este comportamiento israelí con los palestinos no es nada nuevo, ni resultado de la rabia por las acciones de Hamas el pasado 7 de octubre, sino que forma parte de su naturaleza y lo han estado manifestando desde la misma constitución de ese Estado en 1948.

Observen esta pieza postal de Jordania emitida en 1983 para conmemorar el décimo aniversario de la masacre de Sabra y Shatila.

¿Qué fue esa masacre? ¿Quién la cometió y por qué?

En 1982 el embajador de Israel ante el Reino Unido fue objeto de un atentado y el gobierno de Tel Aviv culpó a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) por el mismo. Esta lo negó categóricamente y el final fue que Israel utilizó el hecho como excusa para lanzar una invasión a gran escala contra el Líbano, donde se concentraban los principales campamentos de refugiados palestinos que contaban también con presencia de efectivos de la OLP, con el objetivo de terminar con toda la resistencia palestina desde allí y las fuerzas locales que la apoyaban.

Las fuerzas de la UNIFIL de las Naciones Unidas desplegadas en la frontera entre Israel y el Líbano, aseguraron que en los ocho meses anteriores a las acciones, la OLP no había hecho ningún acto provocativo contra Israel.

La invasión se inició el seis de junio de 1982 y las tropas israelíes lograron rodear la capital libanesa e imponer un asedio a dicha ciudad, que se mantuvo hasta el 21 de agosto cuando los Estados Unidos promovieron un alto al fuego, el que permitió que los milicianos palestinos pudieran retirarse de forma segura y que se garantizara hasta ese momento la seguridad de los refugiados que vivían en campamentos.

Hay que decir que en todo momento el ejército de Israel actuó de conjunto con las milicias falangistas libanesas. La propia situación política interna en ese país era convulsa y el líder de las fuerzas derechistas libanesas que había sido electo presidente a fines de agosto, murió en un atentado junto a otras 40 personas el 14 de septiembre, provocando la inestabilidad del país, la que fue aprovechada por Israel para actuar contra campamentos palestinos donde decían que radicaban guerrilleros de la OLP.

Ariel Sharon, a la sazón ministro de Defensa de Israel, contactó con las autoridades de las falanges libanesas para que actuaran contra los campamentos de Sabra y Shatila para que no fueran las fuerzas israelíes quienes lo hicieran y evitar así la condena internacional.

Estas, violando el acuerdo con los Estados Unidos de no avanzar hacia Beirut occidental, y en composición de dos divisiones del ejército, lo hicieron el 15 de septiembre sin encontrar resistencia alguna.

Por su parte, la falange libanesa de origen cristiano, decidida a vengar la muerte del presidente dos días antes, inició ese propio día 15 y hasta el 18 de septiembre el asalto a los campamentos de Sabra y de Shatila situados en el oeste de Beirut. Con pleno conocimiento de Israel y en contubernio con sus dirigentes políticos y militares.

Integrantes de diferentes comisiones de investigación que hicieron sus dictámenes posteriormente, periodistas, funcionarios de las Naciones Unidas y de la Cruz Roja libanesa aseguraron haber presenciado mujeres violadas, hombres torturados, con cruces hechas en sus cuerpos hechas con objetos punzantes, tumbas colectivas y se considera que en estos tres días de genocidio entre tres mil y tres mil quinientas personas fueron asesinadas, aunque los servicios israelíes de inteligencia admitieron solo entre 700- 800, argumentando que eran guerrilleros.

La Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante su resolución 37/123, calificó el acto de genocidio. Comisiones de la ONU y de otras organizaciones que investigaron el caso consideraron a Israel responsable indirecta por no haber evitado esa masacre ya que sus fuerzas controlaban el área del incidente.

Las manifestaciones de condena se produjeron en el mismo territorio de Israel así como en diferentes capitales y ciudades importantes del mundo.

El gobierno de los Estados Unidos también fue considerado responsable y eso fue admitido por el entonces secretario de estado George Schulz en sus memorias cuando reconoció responsabilidad por haber confiado demasiado en los israelitas y en los libaneses.

Al igual que ese infante mostrado en la pieza postal anterior, han sido decenas de miles los muertos y heridos en estas cuatro décadas. Décadas en la que ha habido incontable número de reuniones en las principales organizaciones internacionales, campañas, programas, peregrinaciones, plegarias, condenas y con los papeles de todo lo que se ha escrito denunciando a Israel y a sus aliados, se le pudiera dar la vuelta al planeta tierra varias veces.

¿Y qué se ha ganado? En el mejor de los casos, alentar a lo mejor del pueblo palestino y las fuerzas solidarias que lo apoyan para que continúen la lucha, hostiguen al ocupante, le dañen su economía y puedan alcanzar, más temprano que tarde, lo que alcanzaron los pueblos africanos, en especial el namibio y el sudafricano frente al apartheid: su libertad y la libre determinación para vivir en su tierra de la forma que ellos decidan y consideren más conveniente.

Los que algo hemos hecho para tratar de poner fin a este genocidio pudiéramos sentirnos satisfechos, pero no es suficiente. Hasta tanto no se detenga el genocidio y que el pueblo palestino pueda ejercer plenamente los derechos que le corresponden en su propio territorio, la tarea no está terminada.

Por ello hay que utilizar toda las vías y formas posibles- políticas, diplomáticas, económicas y hasta de lucha armada y resistencia- para obligar a Israel a sus aliados, en especial el gobierno estadounidense, a poner fin a ese genocidio.

Los niños y jóvenes que en las dos intifadas se enfrentaron con piedras a los tanques sionistas nos dieron una lección de patriotismo. Ellos no se dejaron engañar por los cantos de sirena de “los amigos de los palestinos”, aquellos que pretenden lograr una paz donde todos los “derechos” de Israel se mantengan intocables.

El paso de los años y la constancia de su actuar en diferentes circunstancia han demostrado que esos de amigos no tienen nada y que son lobos con la piel de oveja encima.

Todos somos responsables, de cierta forma, de lo que está sucediendo. Las posiciones de cada cual están bien definidas; se conoce demasiado claro dónde está la razón y el bien, y dónde la injusticia y el mal. Ocupemos el lugar que nos corresponde y hagámoslo rápido antes que la furia racista de Tel Aviv extermine a este pueblo hermano de Palestina.

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